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    Cuando uno que vive en Madrid, después de transcurridos tres días desde que se declaró el incendio forestal de la sierra Norte de Guadalajara, levanta la vista en dirección a la salida del sol y sigue viendo como el denso humo por él generado, asciende hacia las alturas formando una nube tenebrosa de color oscuro, siente pena e impotencia ante esta catástrofe.

    Se podrá decir que sentir pena por ver el paisaje desolado que queda después de un incendio forestal, es normal para cualquier persona que sienta la más mínima sensibilidad por la Naturaleza, al ver que ha desaparecido todo vestigio de vida vegetal, y temporalmente, todas las especies de fauna que han podido huir del fuego, no volverán a animar con su vida estos territorios, hasta que el suelo se vuelva a cubrir con los distintos estratos de matorral, arbustos y arbolado, necesarios para su alimentación, protección ante sus predadores y lugares seguros para su reproducción. Pero si uno, además de sentir una mínima sensibilidad por la Naturaleza, tiene como profesión la defensa y protección de la misma, y además durante más de siete años estos territorios, ahora arrasados por el fuego, han sido objeto de aplicar sus conocimientos al mantenimiento de sus poblaciones de fauna, con visitas al terreno mínimas de una vez por semana, entenderán que mi sentimiento de pena y dolor, que igual sentirán los que formaban parte de mi equipo de trabajo, embargarán mi ánimo con mayor intensidad.

    Me será difícil olvidar como en esta zona norte de la provincia de Guadalajara, junto con la guardería residente en la zona, preparamos los “platós” naturales para el rodaje de la serie “El Hombre y la Tierra”, de las rapaces forestales, que allí abundaban: el azor, el alcotán, el gavilán, el águila calzada y el ratonero, junto con el cárabo y el búho chico, como rapaces nocturnas. Comprenderán que haber sido testigo de la reproducción de esta especies, desde la parada nupcial de los padres, pasando por la nidificación, puesta, ceba de las crías y sus primeros campeos, todo ello en unos territorios que han perdido esta capacidad de acogida, sin posibilidad de total recuperación durante un siglo, han dejado en mi una huella, imposible de volver a recrear sobre unos suelos sin ningún soporte para la vida.

    Cuando hablo de impotencia, sin ánimo de aburrirles, pues conocen lo que pienso sobre la mala gestión que del fenómeno de los incendios forestales realizan las distintas autonomías, olvidándose de los principios básicos para prevenirlos y combatirlos, es descorazonador comprobar que cuando no se dan condiciones climatológicas extremas, pues este verano todavía no hemos alcanzado los 40ºC en estas zonas, ni siquiera hemos soportado una semana con estas temperaturas, se es incapaz, con los inmensos y sofisticados medios dispuestos, de parar un incendio antes de consumir más de 3.000 hectáreas, en algunas zonas llevándose por delante especies emblemáticas como los enebros, únicas capaces de vivir en suelos predesérticos.

    Mal se presenta el verano pues, aunque nos gustaría equivocarnos, el número de grandes incendios, por lo que hemos visto hasta ahora, seguirá manteniéndose o creciendo, a no ser que alguien con cierta ascendencia política, denuncie los derroteros equivocados en los que estamos hundidos desde hace cuatro décadas. Si nada se hace todo seguirá igual, que es lo mismo que decir que ante la pérdida de una media de SEISCIENTOS MILLONES DE ARBOLES cada década, permaneceremos impasibles, y además tendremos valor para hablar del Cambio Climático, cuando esta aportación es la que más contribuye al mismo.