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    Con la llegada del otoño, dando por terminada la temporada de riesgo de incendios forestales, que no la campaña para la prevención de los mismos, que esta duraba todo el año, antes que los ecologistas, con las transferencias a las autonomías de estas competencias, pasaran a dominar la gestión forestal de la mayoría de ellas. Ahora ahora los herederos de aquellos, con sus opiniones, en distintos medios de comunicación, nos dan una clase magistral sobre lo que después de pasar un incendio, se lleva el fuego por delante: arrasando ecosistemas completos, que son soporte de una biodiversidad única en Europa; cobrándose vidas humanas, además de alterar de forma negativa la calidad de vida de las personas que residen en el entorno de las zonas quemadas, y cuya supervivencia económica se basa en los recursos alterados por los incendios, como el marisqueo, la madera, el corcho o el turismos rural; la muerte de todas las especies animales que no pudieron escapar del fuego, y la difícil supervivencia de los que pudieron huir, al encontrarse con un nuevo entorno que le resulta desconocido, para poderse defender de sus predadores; la pérdida de una media anual de 100.000 hectáreas arboladas, en los últimos 30 años, no estando garantizada la regeneración de la mayoría de esta superficie, así como la parte que se regenere necesitará periodos de más de 100 años para lograrlo, si es que antes no ha vuelto a incendiarse otra vez; la tragedia de la pérdida de suelo en las pendientes laderas de nuestros montes mediterráneos, puesta en marcha por la erosión hídrica con la desaparición por los incendios de la cubierta vegetal, llevándose por delante estos arrastres importantes infraestructuras y aterrando nuestros embalses, desapareciendo como infraestructuras reguladoras necesarias de los cursos torrenciales de nuestras cuencas hidrográficas, todo ello sin contar que regenerar un centímetro de altura de suelo perdido por la erosión, si esta no se frena, requiere el paso de cientos de años; la pérdida de beneficios directos valorados en más de MIL MILLONES DE EUROS AL AÑO, aunque esta cifra no sea real, pues nadie quiere valorar los beneficios indirectos que aportan los montes a la sociedad, ya sea como “maquinas” gratuitas de trasformar el CO2 en oxígeno y madera, purificando el aire, ya como elementos imprescindibles en la formación del binomio agua-bosques, esencial para la captación de precipitaciones y regulación de las mismas, y para la protección y alimentación de la fauna que cobijan.

 

    Podriamos mencionar algunos beneficios más que los montes aportan a la sociedad, sin olvidar que más del 50% del suelo de España están considerados como suelos forestales. Pero sobre los beneficios anteriores, son sobre las que distintas asociaciones ecologistas se han dado cuenta que estamos perdiendo, con los efectos de los incendios forestales No está mal que, aunque tarde, “mas vale tarde que nunca”, se hayan dado cuenta de la importancia estas pérdidas, que son las que siempre van unidas a las consecuencias de los incendios forestales, y no es normal que en los últimos cuarenta años, no se haya oído su voz crítica en contra del montaje de una organización administrativa para gestionar el medio forestal, que comenzó con la creación del ICONA en 1972, por ellos aplaudida, y culminó en la década de los ochenta con las transferencias a las autonomías, en la que los incendios forestales han arrasado cerca de TRES MILLONES DE HECTAREAS ARBOLADAS. Pero ante estas escandalosas cifras, se han dedicado a justificarlas, culpando de las mismas a la política de repoblaciones ejecutadas por la dictadura, sin tener en cuenta que el Plan Nacional de Repoblación fue redactado por la república. y en la última década, cuando los incendios han empezado a afectar a monte naturales, como el catastrófico de Guadalajara, en el que murieron 11 combatientes, parece que han caído en la cuenta que la vegetación mediterránea es muy sensible a los incendios forestales, sin que se atrevan todavía a pedir que se desmonte este sistema, en el que la prevención ha sido abandonada en beneficio de aumentar exponencialmente las inversiones en medios de extinción.

    No cabe duda que tomar los datos sobre incendios forestales de la estadística oficial, aunque esta parece que no recoge los de todas las autonomías, y sobre los mismos montar una lección magistral destacando las consecuencias de los mismos, es de agradecer como contribución a formar la sensibilidad del ciudadano. No obstante, el ciclo de repetición de este fenómeno es anual, y volverán a presentarse de forma recurrente con la llegada de la época de riesgo, siendo necesario definirse ya sobre los cambios a introducir en una organización que, a pesar de las fuertes inversiones por hectárea protegida, no consigue rebajar el número de hectáreas arboladas recorridas por el fuego hasta unas tasas permisibles. Renunciar a cambiar este sistema, que solo conduce a lamentarnos de los “altos calores que venimos padeciendo”, es renunciar a las soluciones técnicas adecuadas para conseguir lo que la sociedad demanda a las distintas administraciones, y no es posible continuar dándole más de lo mismo. Todavía están a tiempo de parar que el Estado, en sus presupuestos para el próximo año 2015 no dedique 80 MILLONES DE EUROS, como linea de actuación prioritaria a los medios aéreos, cantidad que dedicada a la prevención sería suficiente para efectuar tratamientos preventivos sobre CIENTO TREINTA Y CINCO MIL HECTAREAS ARBOLADAS, el 10% de nuestra superficie boscosa, generando así más de UN MILLON TRESCIENTOS TREINTA MIL JORNALES, además de conseguir que sobre la superficie tratada fuera muy difícil el desarrollo de grandes incendios. No se puede rechazar caminar hacia una mayor eficacia, y mucho menos a despreciar ideas para crear puestos de trabajo permanentes en el abandonado medio rural.

    Es hora de propuestas que contribuyan al cambio de tendencias, saliendo de la espiral en la que estamos metidos, que ha llevado a la clase política a la resignación de creer, que no hay alternativa a esta poca acertada gestión de combatir los incendios forestales.