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    Ya estamos otra vez con el miedo en el cuerpo, propiciado por una serie de agitadores, generalmente de formación pseudocientífica, que encuentran seguidores en todos aquellos que, por desconocimiento, les da miedo la Ciencia. Estos falsos científicos sólo la conocen a través de los fascículos semanales de las distintas publicaciones periódicas, de las que escogen sólo aquello que puede conducir a lo anecdótico, que, como parte de unas premisas hipotéticas, nos llevaran, en el tiempo, a las situaciones más catastróficas para el hombre y su entorno.

    Hemos vivido otras amenazas que se quedaron en nada, entre otras, como las explicitadas en los años 50 por el Club de Roma, o la de los años 70 del tan manido “agujero de ozono”. Pero a pesar de estas predicciones, se terminó el pasado siglo con alimentos sobrantes, aunque mal distribuidos, para toda la población mundial, y el cáncer de piel que se originaría por el ozono, que a chorro libre emanaba del agujero, estamos todavía esperándole. Lo curioso es que muchos de los que nos amenazaron con estas catástrofes, son ahora los denominados “calentólogos”, que nos amenazan con subidas del actual nivel del mar, en un plazo no mayor de un siglo, a cotas que pueden hacer desaparecer zonas como la Manga del Mar Menor, según aseguró Greenpeace de España en el pasado año.

    Es verdad que a estas alturas, ya se han descubierto las falsedades sobre las que se asientan las bases del cambio climático. Parece probado que se ha mentido en la presentación de los datos referidos al clima, así como en el descenso de la capa de hielo de los glaciares, sin que esto se haya llevado por delante a los “calentógos” responsables de propagar estos datos. Pero independientemente que estas y otras falsas mediciones se sigan manteniendo, cualquiera con unos conocimientos mínimos, sobre los cambios climáticos soportados por la Tierra, en los últimos 4500 millones de años, estos se han producido a lo largo de periodos de miles de años de duración, periodos para los que un siglo no representa un tiempo perceptible. Además de lo anterior, está probado que la aportación a la atmósfera, de gases de efecto invernadero, provocados por las erupciones de los volcanes Pinatubo (1991) y Krakatoa (1992), es superior a los aportados por el desarrollo de las distintas actividades humanas, desde el inicio de la época industrial. Por ello, las actividades humanas no dejan de ser productoras de pequeñas alteraciones de la Naturaleza, comparadas con las que pueden originar cualquiera de las catástrofes naturales. Pero a pesar de todo, continua el predicamento de que los avances conseguidos por el hombre, para mejorar su calidad de vida y conseguir una mayor esperanza de vida, impensable hace tan solo 50 años, están siendo la causa de que vayamos más deprisa hacia nuestra desaparición como especie dominante de la Tierra.

   Todo esto no dejaría de ser una broma pesada, si no fuera porque estos principios son apoyados, tanto por los Estados como por el Capital. Los primeros incluyendo en sus Presupuestos inversiones, para que se repartan entre las empresas en los que militan los “calentólogos”, y el Capital, acaparando las pingues concesiones de las llamadas energías renovables. En ambos casos teniendo como paganos a los pobres contribuyentes, que pagan sin rechistar el brutal encarecimiento de la energía, con tal de alejar de su conciencia, la responsabilidad que le atribuyen de ser el causante del cambio climático. El tinglado, no cabe duda, está muy bien montado, pues los poderes, incluidos los mediáticos, son partidarios de seguir amenazando a la humanidad, siempre que ello les reporte poder político o económico.

    Nos preocupa la situación descrita, por lo que en una segunda parte, daremos nuestra opinión sobre medidas paliativas y sostenibles para paliar los efectos del posible cambio climático.

Gabriel Leblic