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    Hay días en los que uno oye a determinados personajes políticos, a los que considera depositarios de grandes esperanza para corregir problemas ancestrales de carencia de agua, en determinados territorios situados en el sureste español, como es el caso de Murcia, y quedamos sumidos en el mayor de los desasosiegos.

    Transcurridos once años desde que el anterior presidente del gobierno, Jose Luis Rodriguez Zapatero, derogó de forma unilateral, contando solo consigo mismo, el Plan Hidrológico Nacional en vigor, castigando a nuestro levante y sureste a no salir de la sequía meteorológica perpetua, sometidos a la maldición geográfica divina, de que la circulación de los frentes nubosos, que traen la mayoría de las precipitaciones a la península Ibèrica, entran por el oeste, y cuando chocan con el sistema ibérico y la bética, caen por sus laderas orientadas a levante y al sur, después de haber descargado la precipitación, como vientos cálidos y secos. Este Plan, aprobado con el consenso de todas las instituciones relacionadas con el agua, y financiado por la CEE, para que la gente nos entienda, consistía en construir un rio artificial que discurría desde la desembocadura del Ebro, por estas zonas sometidas a la ancestral sequía, desde el que distribuir agua para vencer esta carencia fundamental para la vida, contaba además con el traspaso de los recursos hidráulicos de las cuencas excedentarias a las deficitarias, y para sostener unas poblaciones que han convertido estos territorios en los principales suministradores de frutas, verduras y hortalizas de Europa. Pero esta decisión de derogar el último Plan Hidrológico Nacional, que terminó con la esperanza de resolver para siempre la sed continuada de estos pueblos, se tomó más por motivos ideológicos que técnicos, además de para agradar a un nacionalismo excluyente, hoy totalmente independentista, sin ningún poder de veto, que se oponía a los llamados trasvases de los demás, nunca de los suyos. Pero lo grave de la derogación, fue la sustitución adoptada de sembrar de plantas desatadoras de agua de mar todo el litoral mediterráneo, para el suministro de agua para uso urbano y agrícola, que nunca entraron en funcionamiento, a pesar de las inversiones realizadas, pues los costes que los justificaban no eran reales, y los verdaderos hacían insostenibles la puesta en explotación de los regadíos.

 

    Hay que reconocer que representa un papelón para el actual líder de la oposición, después de lo anteriormente mencionado, personarse en Murcia el pasado fin de semana en un mitin, y denunciar que ha existido “mucha politización por parte del PP en el asunto del agua”, y ha apostado “por las desalinizadoras que tanto criticó el Gobierno del PP”, pero que el cree que “son el futuro”. Suponemos que ha supuesto un amargo trago que le hayan hecho beber este cáliz, aunque a pesar de todo no se ha resignado a terminar diciendo que cuando el PSOE vuelva al Gobierno central, esta comunidad “volverà a ser una región de primera , con infraestructuras de primera”.

    Deiando aparte el lado de los mítines políticos, bajo el punto de vista técnico, la derogación de una infraestructura como el Plan Hidrológico Nacional representa, además de una ocasión de vertebrar, para unos cuantos siglos, parte del territorio de un país que se encuentra aislado sin un recurso tan imprescindible para la vida como es el agua, supone un empobrecimiento de sus habitantes, que se les somete a pasarse toda su vida encerrados entre las barreras de la subsistencia. No es de recibo contar con una de las redes de alta velocidad más importantes del mundo, y carecer de una red básica de suministro de agua para todo el territorio de un pais, estando sometido la mayor parte del mismo a las situaciones más extremas, incluidos periodos de restricciones causados por las sequías recurrentes del clima mediterráneo. La solución a este reto del agua, para la mitad del territorio español, iniciado a partir de la Segunda República, se había alcanzado con la aprobación del Plan Hidrológico Nacional, sirviendo de poco todos los esfuerzos llevados a cabo durante tres cuartos de siglo, incluso por distintos regímenes políticos, para alcanzar una paz del agua, y ser capaz por intereses partidistas espurios de destruirla, dejando a la sociedad sin posibles defensas para instaurarla, a pesar de haber transcurrido más de once años, sin que nadie se halla responsabilizado de esta tropelía, que como siempre que se generaliza, perjudica a los más débiles e indefensos, pagando más los que menos tienen.

    Es hora de tomar decisiones de las llamadas de Estado, sin que nadie pueda intentar dar por olvidado algo tan reciente, como la derogación de un Plan Hidrológico Nacional fruto del consenso de todos, única manera de volver al punto de partida, con el propósito de que todo lo pasado no se vuelva a repetir. En el tema del agua nadie, después de haber participado en la ruptura de un consenso general, puede jugar a ser el salvador de todos los demás, si antes no pide humildemente disculpas por haberse equivocado y promete aceptar las reglas de juego, que no son otras que las marcadas por la solidaridad de todos. Lo de vender de nuevo las desoladoras, proyecto que supuso un fracaso para resolver la pertinaz sequía de la mayoría de nuestros territorios, que resultó un esfuerzo económico infinito, al no resolverse la misma, no deja de ser “recodar la soga en casa del ahorcado”.

    Cualquier día más que pase, en el que se mantenga la situación actual, seguiremos amparando una grave desigualdad entre unos españoles y otros, en cuanto al acceso a un bien escaso como el agua, necesario para la vida. La solidaridad no puede ser solo un concepto teórico, se debe llevar a la práctica sin que esto suponga algo extraordinario, y se considere como una cuestión normal. Pero así llevamos muchos años, demasiados para que muchos españoles se encuentren abandonados en su sed, sin que este problema se considere prioritario, y sirva para que determinada clase política frivolice en sus mítines sobre el tema. El futuro inmediato del agua no se concibe olvidándose del Plan derogado, si no volviendo a retomarlo como única solución para conquistar el futuro.