Un año más ha pasado el día de entrega de los premios GOYA del cine español, y aprovechando tal celebración, como es costumbre, casi todos los que participan y hacen posible contar historias en la pantalla, cuyo parecido con la realidad es mera coincidencia, se apropian de la cultura, y nos quieren llevar al convencimiento que, fuera de lo que ellos representan, todo es un páramo cultural. Lo peor no es esta prédica, pues al fin y al cabo el que vende su mercancía merece todo tipo de alabanzas, si no que todo gira alrededor de una ideología, despreciando e insultando a los que piensan de otra manera, sin darse cuenta que estos son el 50% de los futuros espectadores, a los que predisponen a no ver sus películas. Está claro que este tipo de promoción no es la más acertada, mucho menos cuando se revindican ayudas y subvenciones, que pagan con sus impuestos todos los contribuyentes, sin distinción de ideologías.

    Empezar un artículo con este encabezamiento, para la mayoría de los españoles, supone una barbaridad en toda la regla, pues es increíble que una parte de este Estado, del que forma parte desde hace más de 500 años, se considere agraviada gravemente por el conjunto del mismo. Pero lo grave es, que solo una parte de la población de este territorio, si queremos hasta el 50% de la misma, asume la representación de todos los demás, y nos quiere llevar a la conclusión de que, ante una acusación sin una base histórica objetiva, aquí solo cabe el pensamiento único, y aquellos que difieran, se intentará anatematizarlos, excluirlos y hacerlos callar de momento. Pero si el debate se equilibra, como así ha sucedido en el tiempo, se intenta expulsarles del territorio con las amenazas personales y profesionales que fueran necesarias. Nadie puede negar que esto ha sucedido, tanto en Cataluña como en el País Vasco, y no tiene gracia que por defender una ideología contraria al nacionalismo, te hayan obligado al desarraigo de la tierra en que naciste, sin que esta hipócrita sociedad haya puesto en marcha los mecanismos legales necesarios, para evitar que este doloroso destierro interior se haya producido.