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    En la década de los 80 se culminó el proceso de transferencias de la administración forestal a las Autonomías, que fueron recibidas, en la mayoría de ellas, para gestionarlas, por aquellos que militaron en el ecologismo más radical, siendo su primera decisión la de pasar el sector forestal del Primario al de Servicios. Con esta decisión, de lo que llamaron socializar el monte, consiguieron la total marginación de los ingenieros de montes, pues para hacer áreas recreativas, zonas de acampada, senderos guiados…etc, sobraban todos los conocimientos de las ciencias forestales, por lo que se abandonaron muchas ordenaciones, y se olvidaron los principios básicos a respetar en la gestión de los montes , ahora llamada sostenible, pues esta fue proscrita.

Bajo el punto de vista de las trasferencias forestales, fué un grave error no considerar los montes de Utilidad Pública,, aquellos que tanto costó salvar de la desamortización, por tanto de su destrucción, como lo que son, una estructura básica del país, que es imprescindible gestionarla de forma unitaria para asegurar su permanencia, en el espacio y el tiempo. Este criterio no es un capricho corporativo, pues, por ejemplo, es el que se mantiene en Estados Unidos, el país del mundo con más espacios naturales sometidos a una protección especial, donde los espacios forestales definidos como National Forest, similares a nuestros montes de U.P, son gestionados por la administración central, independientemente del estado federado en que se ubiquen. Esta y otras competencias, como la corrección y restauración hidrológico forestal, la investigación y la estadística,, por ser competencias trasversales para todas las Autonomías, deberían recuperarse para ser gestionadas con criterios unitarios. En caso contrario, los montes de naturaleza similar, no serán capaces, sin caer en la regresión, de soportar 17 tipos de gestión.

Todas las revindicaciones de los forestales españoles de todos los tiempos, como la de transformar las superficies ocupadas por matorrales colonizadores, o de degradación avanzada, en montes arbolados, teoría defendida en 1911 por D. Ricardo Codorníu, conocido como el Apóstol del Árbol , que decía: “En España hace falta repoblar al menos 10 millones de hectáreas en los próximos 50 años…”, o por D. Luis Ceballos, autor del Plan Para la Repoblación Forestal de España, redactado a finales de la década de los años 30 del pasado siglo, en el que proclamaba la urgente necesidad de repoblar en los siguientes 50 años, 3,55 millones de hectáreas de carácter hidrológico, y 2,85 millones de carácter productivo. Estas llamadas no se convirtieron en objetivos permanentes después de las transferencias, a pesar de las recomendaciones de la Cumbre de Rio, que declaraba las repoblaciones como ejemplo de gestión sostenible, y quedaron sin respuesta por parte de los nuevos gestores, que identificaron esta actividad, así lo declaraban, como procedente del franquismo. En este campo, perdidos los últimos 30 años sin el compromiso presupuestario de un Plan de Repoblación de España, para, al menos, los próximos 50 años, es necesario poner en marcha una política de repoblación para la creación de nuestros bosques del futuro, y conservación de los existentes, pues sin inversiones suficientes para llevar a cabo su gestión sostenible, la desaparición de los bosques, como tales montes arbolados, será una realidad. Es urgente la petición continuada de estas actuaciones, aunque solo sea para cumplir a lo que nos comprometimos cuando firmamos el Protocolo de Kioto, pues las repoblaciones y la gestión sostenible de los montes son consideradas por el citado protocolo, como importantes sumideros de CO2.

El mensaje trasmitido por los gestores que se hicieron cargo de las trasferencias, fue desprestigiar a los profesionales que llevaron a cabo la política forestal de repoblación, utilizando para ello todas sus terminales mediáticas. Su mensaje continuado era proscribir nuestros pinos autóctonos, ignorando que, según dice la ciencia, estas son las especies colonizadoras necesarias, para que bajo su sombra y protección, se regenere la especie noble climácica de cada estación. Paradójicamente, no tuvieron reparo en declarar espacios naturales protegidos a repoblaciones como Sierra Espuña o los Montes de Málaga, entre otros.

La organización que se trasfirió para combatir los incendios forestales, en todas las Autonomías, se sustituyó por otra que no ha demostrado ser más eficaz, lo que ocasionó que en esta década de los 80 se quemase la mayor superficie arbolada de todos los tiempos. Aunque para los nuevos gestores la culpa era de los ingenieros de montes, que habían “sembrado los montes con bombonas de butano” Pero lo grave de este problema son los datos siguientes:

-De 2000 incendios al año, en los años 60, pasamos a los 10000 en los 80, y creciendo en las dos décadas siguientes.

-De 20.000 hectáreas arboladas quemadas al año, en los 60, hemos alcanzado las 100.000 hectáreas de los 80, cifras que se mantienen en las décadas siguientes, hasta el día de hoy.

El otro problema que se olvidó de seguir corrigiendo, fue el de la erosión de los suelos forestales. Hasta tal punto fue el olvido que, la Dirección General de Planificación del Ministerio de Economía, en su informe sobre evaluación de los proyectos para el Plan de Inversiones Públicas (1983-1991), “estima el coste de oportunidad…..de no instrumentar con fines correctores una política forestal adecuada al problema de la erosión, asciende a un mínimo de 40.000 millones de pesetas al año (240 millones de euros), y con tendencia creciente”.

A día de hoy, trascurridas tres décadas desde que las competencias forestales pasaron a la Autonomías, seguimos sin una política forestal específica a nuestras singularidades estacionales, sin que el que tiene la obligación de ejercer de árbitro, que no es otro que el Estado, mire para otro lado. Es verdad que los montes resisten, sin manifestarse, desde las mayores plagas naturales, a las peores actividades humanas contra su conservación. Pero cuando se abandona todo tipo de gestión hacia la sostenibilidad, como parece que ahora sucede, al permitirnos el lujo de no frenar que 10 millones de hectáreas de nuestro suelo forestal pierdan 50Tm/ha/año de suelo , o que cada año 100.000 hectáreas arboladas desaparezcan por el fuego, sin que nada se haga por su regeneración, estamos caminando hacia situaciones de irreversibilidad, imposibles de recuperar por el hombre.

Será difícil encontrar otro sector como el forestal que, en los últimos 40 años, después del paso del ICONA y de las transferencias, se encuentre en peor situación que al inicio de estas cuatro décadas, con mayores pérdidas de suelo por la erosión; mayor superficie arbolada arrasada por los incendios, sin emplear recursos en regenerarla de forma inmediata; escasa o nula atención al aumento de ordenaciones sostenibles de nuestros montes arbolados, o cuando menos a no paralizar las existentes; abandono de la repoblación de los suelos ocupados por matorrales invasores y regresivo, para transformarlos en nuestros bosques del futuro. Es verdad que jamás se han declarado tantos espacios protegidos, como los declarados en esta etapa, pero una vez aparecida su publicación en el boletín correspondiente de cada comunidad, escasos o nulos recursos se han dedicado a su gestión.

Nos gustaría que todo este tiempo trascurrido desde principio de los años 70, del pasado siglo, pudiéramos aplicarle el conocido aforismo de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pero esto es lo que hay, en buena parte debido al silencio “pastueño” que han practicado nuestros sucesivos dirigentes del sector forestal. Valga como ejemplo que, si estamos pagando, según parece, 7500 millones de euros al año a las eléctricas en subvenciones a las energías renovables, para dejar de emitir gases de efecto invernadadero, con la vigésima parte de este importe al año, durante 10 años, seríamos capaces de trasformar en bosques los 12 millones de hectáreas desarboladas en nuestro suelo forestal, y frenar los procesos de erosión hídrica, consiguiendo con ello la absorción equivalente a la totalidad de nuestras emisiones de CO2.

Si nuestra historia forestal sigue los derroteros del último medio siglo, sin atajar los graves problemas que afectan al sector, en poco más de un siglo, periodo poco significativo para la vida de un bosque, entraremos en una regresión en muchos de nuestros montes arbolados, cuyos suelos pasarán a ser ocupados por matorrales invasores y regresivos. Y esto no es un futurible, como las previsiones en su día del Club de Roma, o las del Agujero de Ozono, que no se cumplieron, o ahora, sin ninguna base científica, las del Cambio Climático, pues está previsión se basa en la pérdida real de 3 millones de hectáreas arboladas en el último siglo. Si seguimos así, amparando situaciones que colaboran a destruir nuestro medio forestal, está claro que, además, condenaremos al abandono de muchas zonas rurales, por parte de sus habitantes.