Cuando acabamos de estrenar el verano, estación que se caracteriza por alcanzar la madurez la mayoría de de los cultivos de la tierra, entramos también en la estación en la que finaliza el curso académico, y con su final termina también el año agrícola, el año hidrológico y el año forestal. Pero antes de terminar el verano, en esta estación es cuando, si no se han llevado a cabo las labores de prevención necesarias en nuestros montes, se producen los grandes incendios forestales que arrasan nuestros bosques mediterráneos. Insistimos en los grandes incendios forestales, pues ellos son la consecuencia del abandono de la prevención, aunque en las últimas décadas la administración forestal no se de por aludida, por lo que entraremos en una nueva campaña de incendios forestales, con enorme probabilidad de que el número de grandes incendios no disminuya.

    Puesto que con el verano entramos en plena campaña de incendios forestales, si se examinan los datos estadísticos de las últimas cinco décadas, la tendencia no parece que permita augurar un cambio, ni lento ni brusco, hacia la disminución de la media del número de incendios anuales, ni de la superficie arbolada recorrida por el fuego cada año, que aunque esta, en el último decenio del pasado siglo, ha quebrado la vertiginosa tendencia alcista, está todavía muy lejos de situarse próxima a la media de la década de los años setenta. Por lo que podemos afirmar que todos los esfuerzos realizados en aumentar los medios de extinción y control, en detrimento del abandono de la prevención, han resultado vanos, pues no han conseguido acotar, a medida que trascurren los decenios, dentro de unos límites acordes con el esfuerzo realizado con la crecientes inversiones, ni el número de incendios, ni la superficie afectada por los mismos.

    Ante este panorama tan poco alentador, entendemos que ha transcurrido mucho tiempo, más de medio siglo, sin que a la vista de las estadísticas sobre incendios forestales, cada año más desfavorables, los profesionales forestales, nos hayamos parado a examinarlas y a proponer actuaciones que rompan determinadas tendencias que, hasta este momento, no han podido ser frenadas, en un ascenso que cada año es superior al anterior. Habría que empezar por decir el grave error que representa el de catalogar a un incendio forestal como una emergencia, cuando estos se producen de forma sistemática todos los veranos, y en número superior a los 20.000, mientras las verdaderas emergencias son provocadas por fenómenos catastróficos que se presentan de forma aleatoria, como una riada, un terremoto, con unos periodos de recurrencia de varios años. No se entiende cual es el interés en incluir los incendios forestales dentro de las emergencias, cuando lo que se produce, es que si estos no se combaten desde el terreno, respetando los tiempos máximos de llegada al mismo, solo entonces se convertirán en un fenómeno catastrófico. Por ello no entendemos como el Ministerio de Agricultura, en la presentación de la campaña de este verano, destaca que su novedad de este año es apoyarse en la UME, “con la que conseguirá llegar a cualquier punto de España, excepto las islas, en menos de 4 horas de iniciado un incendio”. Se desconoce que en menos de 4 horas de iniciado un incendio, este tiene muchas probabilidades de convertirse en un gran incendio, y en ese momento, el hombre, por muchos medios que disponga, será incapaz de frenar su avance. Esto es lo que dice la experiencia, y cualquier experimento que no contemple el comportamiento de un incendio forestal, con todas sus variables, conducirá al fracaso, con unos costes elevadísimos.

    Si se quiere emplear al ejercito, experimento único en España, en el combate día a día de los incendios forestales, sería más adecuado implicarle en labores más pegadas al terreno, como evitar que el incendio no se inicie, con una vigilancia disuasoria sobre los núcleos de montes con mayor riesgo, o complementando las cuadrillas de pronto ataque para llegar a los incendios antes de media hora de que estos se hayan iniciado. En cualquier caso, este no es un cometido del ejercito, si no de la sociedad civil, en la que se encuentran los técnicos preparados para dirigir los Planes de Protección necesarios, y las empresas forestales, muchas de ellas quebradas ante la crisis, necesarias para aportar la mano de obra preparada para estos fines, que ahora se encuentran en paro. Decir que existirán hasta 3.000 soldados para participar en estos menesteres, no deja de ser una intromisión en las competencias de una sociedad civil, que está capacitada para, siempre respetando los principios básicos para el combate de incendios forestales, y con conocimientos técnicos sobre el comportamiento de los mismos, ir rebajando los datos estadísticos, que en las últimas décadas se han disparado, debido al olvido de los principios básicos por parte de algunas administraciones.

    Si no se cumplen los vaticinios meteorológicos de algunos franceses, que pronostican un verano casi primaveral, este verano tiene todas las papeletas, por la abundancia de elementos combustibles finos, para producirse incendios con alta velocidad de propagación, con grandes superficies recorridas por el fuego y alto riesgo para las personas que participan en el combate directo o el control, si se olvida el cumplimiento de los planes de seguridad y salud.

    Esperemos que la sociedad mediática en la que vivimos, que traerá hasta nuestros hogares el desarrollo de algunos incendios forestales, en vivo y en directo, contribuya a quebrar la tendencia de confiar más en los medios de extinción que en la prevención, confianza que se ha fomentado, y se sigue fomentando, en las últimas décadas, con resultados nefastos para nuestro patrimonio forestal, con superficies arboladas recorridas por el fuego que alcanzan cifras inadmisibles de asumir, cuando nuestras inversiones, en protección de nuestros montes contra incendios, son de las más altas de todos los países con problemas similares a los nuestros en este sector. Si no somos capaces de denunciar que por la clase política, después de un gran incendio, se justifique como resignación hacia el mismo, “las elevadas temperaturas que venimos padeciendo”, nos situaremos fuera de la realidad, pues en los veranos mediterráneos esta es una situación meteorológica normal, y no contar con ella nos conduce, como viene sucediendo, a la impotencia y a la ineficacia.

    Volvamos cuanto antes a respetar los principios básicos para combatir los incendios forestales, que no son otros que la detección y el ataque directo antes de trascurridos 30 minutos de su inicio, pues las estadísticas dicen que esto solo se produce en el 50% de los casos, y solo así se podrá decir que nuestras cuantiosas inversiones en estos Planes, encuentran una justificación adecuada ante la ciudadanía, que si fuera consciente que cada año, en las últimas tres décadas, hemos perdido una media de 50 millones de árboles arrasados por el fuego, no permanecería impasible ante la situación. Claro que para conseguir esta concienciación, es necesario no tapar este problema, con el temor continuado hacia el cambio climático, la importancia en determinar el sello del carbono o cualquier otra campaña que pueda ser necesaria pero no prioritaria.