Nadie que tenga unos mínimos conocimientos sobre la Tierra, la Naturaleza y el Medio Ambiente, puede negar la evolución y el cambio que, con el discurrir del tiempo, les afecta. Pero pasar de este reconocimiento a asegurar, como dicen los “calentólogos”, que se prevee que la temperatura media anual aumentará, entre 1,4º y 5,8º hasta el año 2100, por efecto de los gases de origen antropogénico, es una osadía que carece de cualquier base científica. Si desde el año 1886, primer año en el que existen datos climáticos fiables, hasta nuestros días, la media de las temperaturas máximas, en el mejor de los casos, no ha llegado a subir por encima del 0,5º, parece que si se mantiene este incremento, para llegar a un aumento de más de 5º, como contempla la previsión para este siglo, sería necesario el paso de más de un milenio.

    Dentro de la última edad glacial, en la que nos encontramos, pues la glaciación más reciente terminó hace unos 10000 años, estamos en un periodo conocido como interglaciar, que es el que se extiende entre dos glaciaciones, y que según los científicos puede durar unos 28000 años. Considerando los cambios debidos a la variación orbital de la Tierra, estos mismos científicos sugieren que la próxima glaciación, podría empezar de aquí a 50000 años, a pesar del calentamiento global provocado por el ser humano.

    En cuanto a las variaciones del clima debidas a la actividad solar, los astrofísicos calculan que el sol libera un 10% más de energía cada 1000 millones de años, por lo que transcurrido este tiempo, ese 10% de energía añadida, será suficiente como para causar un efecto invernadero irreversible en la Tierra. Estos científicos aseguran que las variaciones del clima, a corto plazo, como vaticinan los “calentólogos”, no son posibles, pues debido al gran tamaño del Sol, sus desequilibrios internos tardan mucho tiempo en manifestarse sobre el clima, y cuando se dice mucho tiempo se habla de millones de años.

    Por lo anterior, descartamos la inmediatez, entendiendo por inmediatez el discurrir del próximo siglo, de un cambio climático que pueda modificar las cotas del nivel del mar actual, por la desaparición de parte de los glaciares actuales, y anegar con creces la actual zona marítimo-terrestre, catástrofe que afectaría a las mayores ciudades del mundo y sus habitantes, pues estas se hayan situadas a la orilla del mar. Pero no vamos a negar con ello que el incremento de las emisiones de CO2 a la atmosfera, debido a las actividades humanas, la altera, y favorece el establecimiento de fenómenos atmosféricos locales, como las nieblas permanentes tan típicas de Londres, que desaparecieron cuando las emisiones de sus industrias se rebajaron a cantidades capaces de ser sumidas por los movimientos naturales de su atmósfera.

    Aparte de amenazar con este tipo de catástrofes, los que las predican saben que esta amenaza, afecta a la sensibilidad de los millones de habitantes, de buena voluntad, que pueblan estas ciudades, y que piden a gritos, con el apoyo del poder mediático, que paren este fenómeno del efecto invernadero como sea, y este como sea, lleva consigo el aumento exponencial de las inversiones en estos menesteres, que como es natural, ellos que dicen ser los verdaderos expertos en la materia, se encargaran de administrar, desde los nuevos organismos creados al efecto.

    Lo curioso de estas amenazas, es que la menos importante, es la mencionada de las inundaciones, siendo las más graves la extinción de animales y plantas, que no podrían adaptarse a unas alteraciones climáticas tan rápidas en tan poco tiempo. Está claro que algunos animales resolverían parte de este problema, emigrando a otras zonas, generalmente a cotas más altas, pero allí donde fuera difícil encontrar estas zonas se extinguirían. Las plantas, seres vivos privados de movilidad, acabarían muriendo, en las zonas mediterráneas y más áridas, pues el “estrés” hídrico que soportan en los veranos más calurosos, pasaría a ser mortal con un aumento de 5º más en las temperaturas. Pero este es un mensaje que, a pesar de producir alteraciones irreversibles en los distintos “hábitat” de la flora y la fauna, no les interesa trasmitir, pues no afecta directamente al hombre, que es el que, con el miedo dentro del cuerpo, puede pedir y gritar auxilio.

    Parece bastante fiable que, científicamente, no existen pruebas que demuestren la llegada de un cambio climático, con la inmediatez que nos quieren vender. Esta falta de credibilidad, sin duda, ha influido en que las recomendaciones del Protocolo de Kioto, celebrado en 1997, para reducir las emisiones de efecto invernadero, no solo no hayan sido cumplidas por ningún país, si no que, además, estas emisiones, en el último decenio, han crecido. Este fracaso, se quiso solucionar con una reunión en Copenhague, en diciembre de 2009, en la que se olvidara Kioto y sus recomendaciones, y estas pasaran a ser asumidas, como obligatorias, por todos los países participantes. La reunión terminó con un nuevo fracaso, al no llegar a ningún tipo de compromiso, entre todos los países emisores de gases de efecto invernadero, para cuantificar las emisiones que se comprometían a reducir cada uno de ellos, y en que plazo de tiempo lo harían. Si los países no ponen manos a la obra para reducir sus emisiones de efecto invernadero, parece que no confían en que las catástrofes anunciadas por los “calentólogos” tengan una credibilidad avalada por la ciencia.

    No obstante lo anterior, en el Protocolo de Kioto se recomendaba que las repoblaciones forestales, como tal actividad, se contabilizarían como absorciones de CO2, junto con los tratamientos silvícolas de las masas forestales existentes. Transcurridos casi 15 años de esta recomendación, estas actividades, en España, no se han fomentado, mientras si ha crecido la superficie arbolada recorrida por los incendios forestales, y ha aumentado el riesgo de desertificación por erosión hídrica. Pero esto será objeto de una III parte de esta serie.

Gabriel Leblic