Hace unos días, el Ministro de Agricultura y Medio Ambiente Sr. Arias Cañete, en un desayuno informativo patrocinado por Europa Press, anunció que pondrá en marcha una política forestal “como no ha habido nunca en este país”. La verdad es que anunciado esto así, hace falta tener valor, sobre todo los profesionales, para creérselo, y mucho más cuando el anunciador se declara un convencido de que “el medio ambiente es sostenible”, creencia que los profesionales forestales vienen defendiendo desde hace más de siglo y medio, y que sin este principio la ciencia forestal no tendría ningún sentido. Por ello, la puesta en marcha de un Plan Forestal lleva implícito el concepto de la sostenibilidad, y es una redundancia decir que se va a redactar un Plan Forestal Sostenible.

    Dicho lo anterior, puede parecer que los que hemos sido formados en las ciencias forestales, no estamos conformes con la redacción de un Plan Forestal, cuando lo consideramos necesario, siempre que esté dotado económicamente, es decir que la inversión sea aprobada por el correspondiente Parlamento. Han pasado tres décadas desde que la gestión forestal se transfirió a la Autonomías, y todas ellas han redactado el mejor Plan Forestal que han tenido nunca, y a lo mejor tienen razón, pero como su dotación presupuestaria, en el tiempo, no fue aprobada por su Parlamento, el maravilloso Plan duerme el sueño de los justos, en cualquier estantería de un despacho perdido, sin que nadie se acuerde de él, una vez que cumplió el requisito político de su presentación, la mayoría de las veces en vísperas de elecciones, con copa de vino español incluida.

  Repoblaciones

    La Naturaleza tiene unos comportamientos muy reglados en su evolución. Si cuenta con la intervención del hombre hacia su regresión, esta se acelera, y si dispone de su apoyo, acorta el tiempo de su ascensión hacia la “climax”. Por otro lado, conocemos los peligros que corren los montes que ocupan nuestros suelos arbolados. En primer lugar, la desaparición de la masa arbolada por los incendios forestales, con una tasa de quema no acorde con las altas inversiones empleadas en combatirlos. Después, las altas perdidas de suelo generadas por la erosión hídrica, sin que exista voluntad política de poner en marcha la corrección hidrológica forestal necesaria para frenarlas, así como para moderar los riesgos de avenidas que se cobran, todos los años, gran número de vidas humanas. El olvido de la relación inseparable entre los bosques y el agua, de tal manera que la calidad de esta no es posible sin la existencia de los bosques, como sucede con la pureza del aire, en la que los árboles son la industria gratuita que fija el carbono y desprende el oxígeno, del venenoso CO2, ese gas sobre el que se ha creado toda una teoría sobre el calentamiento de la tierra, al que se le ha dado una solución de arreglarlo con la compra de unos “papelitos”, por plantar árboles en países lejanos, mientras aquí estamos caminando hacia la desertificación. A pesar de este despropósito, todos debemos tener claro que proteger y fomentar los bosques es mejorar el aire que respiramos, el agua que bebemos y el suelo que es el soporte de nuestra vida.

    Es evidente que un Plan Forestal es urgente ponerlo en marcha, y lo extraño es que desde que nos dimos la Constitución hayamos vivido sin él, a pesar de que ello nos halla encaminado hacia una regresión progresiva de muchos de nuestros bosques, bien por activa, al haber paralizado sus ordenaciones, o por pasiva, al olvidarse de dedicar las inversiones precisas para su gestión sostenida en el tiempo. Es lo menos que ha podido pasar, aunque de momento, porque el tiempo en La Naturaleza no se mide con los mismos parámetros que para la vida humana, los efectos negativos no sean perceptibles en el tiempo. Pero estos continuaran, si cada una de las 17 Autonomías se empeña en tener su propio Plan diferenciado.

 Repoblacion evitando erosion.

    Si el Sr. Ministro quiere redactar el mejor Plan forestal de todos los tiempos, debería presentar, de forma inmediata, un proyecto de Ley declarando los montes arbolados, al menos los de Utilidad Pública, como una infraestructura básica del Estado, pues no existe otra que proporcione tantos beneficios para el hombre, mejorando todos los elementos fundamentales para su vida: aire, agua y suelo. De este modo los costes anuales de mantenimiento y conservación, de estas infraestructuras, tendrían que ser contemplados en los Presupuestos Generales del Estado, para que no siguieran deteriorándose como hasta ahora, pues nada más lógico que se devolviera a los montes el valor de los beneficios indirectos que aportan a la sociedad. Si consigue esta declaración, objetivo nada difícil con la concienciación medio-ambiental existente en la sociedad civil, sería Ud. el político que más habría hecho por el sector forestal, después de los que contribuyeron, hace siglo y medio, a la declaración de los montes de utilidad pública.

    Si considera dar prioridad a la redacción de un Plan Forestal, no conseguirá que se lleve a la práctica, sin que la gestión del mismo responda a una administración única. No volvamos a inventarnos, en aras a lo políticamente correcto, diecisiete tipos de gestión forestal diferentes, que parece han agravado los problemas de este sector.