El Pasillo de Santa Isabel de Málaga quedó totalmente anegado tras el paso del agua torrencial que portaba el río Guadalmedina en 1907

    El pasado jueves, 27 de septiembre, publicaba en mi artículo semanal de cronicaeconomica.com como estaban estrechamente relacionados el agua y los bosques, y como estos si desaparecen, el ciclo del agua se verá totalmente alterado. Decía que la cubierta vegetal protege el suelo, facilita la infiltración de las gotas de lluvia, frena la escorrentía superficial, disminuye las ondas de avenida cargadas de materiales sólidos del suelo, que finalmente depositan en los tramos de menor pendiente del cauce, dando lugar a las inundaciones, o en los embalses al aterramiento de los mismos.

    Pues a los dos días de escribir esto, el sábado 29, día de San Miguel, se produjo, principalmente en el Sureste de la Península, una de las avenidas catastróficas, después de unas fuertes precipitaciones, tan frecuentes al final del verano, ya sean consecuencia de una “gota fría”, o de la llegada de los restos de un ciclón tropical, como ha sido en este caso. No es presumir de adivino, ya que si estas precipitaciones son previsibles todos los años, por estas épocas, sería bueno que las distintas Administraciones no abandonaran, como así sucede, las labores de corrección hidrológico forestal, única manera de paliar con estas obras los daños materiales y la pérdida de vidas humanas.

    Viene bien recordar que la corrección de la cuenca alta del rio Gudalmedina, y no de toda ella, hace un siglo, ha contribuido a evitar las recurrentes avenidas catastróficas que se producían sobre Málaga, arrasando todo lo situado en el entorno de la desembocadura, con gran número de pérdidas de vidas humanas.

La primera inundación de la ciudad por este rio está registrada en el año 1554. Pero a finales del siglo XIX la plaga de “filoxera”, con la que desapareció el viñedo malagueño, causó el abandono de estas fincas, que trajo consigo una fuerte deforestación de las laderas, lo que causó un incremento de las grandes avenidas de tierra y lodo, que provocó multitud de daños materiales y muertos en años sucesivos, siendo en 1901, 1902, 1905 y 1907 cuando fueron las riadas más desastrosas, sobre todo la del 24 de septiembre de 1907, cuando un escritor malagueño, testigo de los hechos, enviaba a un periódico americano el siguiente comentario de la inundación:”Desde lo alto de un montón de escombros veía las casas en ruinas, calles obstruidas por el lodo, paseos arrasados…….Me parece que vuelvo a ver el remolino de las aguas y flotando sobre ellas seres desnudos, que alzaban las manos suplicantes, luchando desesperados contra la corriente, cadáveres que se deslizaban buscando en el mar la inmensa sepultura……..En algunas calles el barro alcanzo tal altura, que era posible entrar en las casas por los balcones”.

Al mes siguiente, el Rey Don Alfonso XIII, acompañado del Presidente del Consejo de Ministros, Don Antonio Maura, visitaron la ciudad y la impresión que causó al monarca el panorama que tenía ante sus ojos le hizo exclamar: “Creía grande el desastre, pero no tanto”. Esta visita trajo consigo la toma de decisión de terminar con estas avenidas, procediendo a la corrección hidrológico forestal de la cuenca del Guadalmedina, con la construcción de la presa del Agujero, para la retención de las avenidas, y la repoblación forestal de 5.000 hectáreas, equivalente a la cuarta parte de la totalidad de la cuenca, y construcción de diques y albarradas, para evitar los arrastres sólidos torrenciales. Terminadas estas obras en la década de los 30, la ciudad se ha visto librada, definitivamente, de esa terrible pesadilla que ha sido el rio Guadalmedina durante más de cuatro siglos.

Recuerdo que en 1963, hice prácticas, como estudiante, en la Rambla Mayor, en Murcia, en cuya cuenca se encuentran los términos municipales de Lorca y Puerto Lumbreras. Los trabajos estaban encaminados a comprar fincas, por parte del Estado, para proceder a ejecutar los trabajos de corrección hidrológico forestal de la citada rambla. Sin duda, si los trabajos hubieran continuado, posiblemente la virulencia de las inundaciones de años anteriores, así como las de hace una semana, se hubieran evitado. No es posible abandonar, y no dar prioridad, por más tiempo a la restauración hidrológico forestal de todas nuestras cuencas torrenciales, así como no recuperar, mediante la correspondiente repoblación de las zonas arboladas recorridas por el fuego. Si nos olvidamos de lo anterior, no valdrá quejarse del derrumbamiento de nuestras modernas infraestructuras, ni de la pérdida de vidas humanas arrastradas por las avenidas torrenciales, pues el coste de oportunidad, como decía el Ministerio de Hacienda en 1987, será cada vez más alto.

Si a los técnicos de la Administración se les hubiera ocurrido medir la pérdida del suelo producida en las pendientes laderas, recorridas por el fuego, hace un mes, entre Marbella y Ojen, después de las precipitaciones de 200 litros caídas durante un día, descubrirían que se ha perdido más de 1cm de suelo, equivalente 100 Tm/Ha, cuya regeneración, si no existe ayuda del hombre, requerirá un periodo de 1 millón de años. Si no se dispone de presupuestos suficientes, para frenar la erosión hídrica, caminamos de forma acelerada hacia una desertización irreversible de muchos de nuestros suelos, por lo que todavía estamos a tiempo de no predicar en el desierto.