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El término naturaleza todo el mundo lo identificamos con la vida, de tal manera que cuando esta falta, la definimos como una naturaleza muerta. Por ello, toda manifestación de vida debe merecer nuestro respeto, y la conservación de la misma, es la mejor política que el ser humano podemos llevar a cabo, para que el mundo que hemos heredado de nuestros padres, lo trasmitamos a nuestros hijos alejado de la regresión de la naturaleza que sostiene.
Aunque acaba de empezar el invierno, estación en la que puede parecer que la naturaleza, en los países de nuestra latitud, se aletarga, esto no es así, pues basta con asomarnos al parque urbano, o al campo abierto, para contemplar a un bello petirrojo, saltando de rama en rama, desnudas de hojas, dejándose ver, buscando su pareja para perpetuar la especie, siguiendo los ciclos que marcan las hora de luz, y que se repiten desde hace miles de años sin alterarse.
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Otro tanto sucede con las plantas, pues con la sabia paralizada parecen estar dormidas. Pero es suficiente que con la entrada del invierno empiecen a crecer las horas de luz del día, para que en muchas familias que echan las flores antes que las hojas, como los avellanos, comiencen a crecer sus amentos masculinos, como pequeños tirabuzones de color amarillo pálido, y sus flores femeninas surjan de sus yemas, con sus estilos de color rojo como hilos de azafrán. Además, si en pleno invierno tenemos la suerte de encontrarnos con un tejo, aunque sea en un jardín, uno de los árboles más longevos de nuestros montes, asociado a distintas prácticas de brujería, lo encontraremos llenándose de frutos en forma de pequeños botones de color rojo, el color para ser visto que más destaca entre los pardos y los verdes de la naturaleza, y que en este caso nos anuncia que es portador de un veneno.
Podríamos seguir con más ejemplos de vida que adornan la naturaleza, incluso cuando en una estación como es nuestro invierno, en la que puede parecer que es difícil encontrarla, y a poco que reparemos en nuestro entorno, se nos muestra en cualquiera de las múltiples fases por las que los seres vivos, necesariamente tienen que pasar para alcanzar la vida. Nadie se atreverá a negar que un huevo embrionado de un buitre leonado o de un águila imperial, por ejemplo, es una parte esencial de su vida, y que si rompemos en el nido ese huevo, habremos eliminado esa vida.
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Lo anterior también sirve para los seres humanos, pues el hombre es un ser vivo que forma parte de la naturaleza, y además, como ser racional, es el único capaz de darse unas leyes que por motivos de conveniencia, son capaces de ir contra la propia Ley de la naturaleza, que jamás destruye nada, a no ser que dé a cambio algo mejor. No obstante, nos encontramos de nuevo ante la nueva ley del aborto, queriendo justificar lo injustificable, que llevado al extremo es convencernos a nosotros mismos, que el feto eliminado, según las semanas, puede ser considerado como un grano que se puede extirpar, sin tener en cuenta que ese grano es un óvulo fecundado y, como el huevo del buitre, es la fase necesaria para que la vida se acabe manifestando. Es penoso que los que forman parte de estos debates que se montan en distintos medios, no son precisamente unos cualificados científicos, si no individuos que se mueven por otro tipo de intereses, generalmente poco racionales, que pretenden cargar a la mujer con la responsabilidad, con un falso apoyo a lo de “nosotras parimos nosotras decidimos”, en lugar de “nosotras concebimos todos compartimos”, para que la sociedad y el Estado, por Ley, asuman y compartan la responsabilidad que a cada cual corresponda.
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Estamos en el siglo XXI y con una pirámide de edad camino de la inversión. El hombre como ser racional no puede permanecer impasible, con esta o la anterior Ley del aborto, a que en los últimos 20 años se produzcan en España una media de más de 100.000 abortos, y en el último año 4.000 de estos abortos se han producido entre menores de 17 años. Parece increíble que con todos los métodos anticonceptivos puestos a disposición de las mujeres, por las distintas administraciones, no se frenen estas escandalosas cifras, y se dé lugar a situaciones de concebir para abortar. Este derroche de vida no puede continuar, ni puede existir nadie dispuesto a no frenarlo, buscando, fuera de ideologías, la solución que conduzca a una educación sexual que solo pueda dar lugar a un número de abortos, más acorde con la media de los países de la Comunidad Europea, a la que pertenecemos, pues en estos momentos somos el tercer país con mayor número de abortos anuales de esta comunidad. Es una responsabilidad para todos, incluso para los que se hacen llamar progresistas, que este año 2014 sea el año en que en España se superaran los dos millones de abortos, desde que se legalizó esta práctica en 1985, por lo que es urgente revisar esta legislación, cuyos resultados no son ejemplo para exportar a ningún país sin avergonzarnos.
Si sigue pasando el tiempo y todo el empeño es que nos quedemos como estamos, tanta pérdida de vida nos puede llevar a quebrantar seriamente las leyes naturales, y llegar a puntos de irreversibilidad graves, por falta de una política de fomento de la natalidad, para mantenernos dentro de los límites de sostenibilidad necesarios, y así conseguir un país con una pirámide de edad equilibrada, necesaria para la permanencia en el tiempo de un pueblo.



