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Son muchas las veces que a través de distintas manifestaciones, en los varios artículos que hemos escrito en nuestra página, en los dos últimos años, hemos defendido la caza como un recurso natural renovable que, debidamente ordenado, supone un aprovechamiento de este recurso por el hombre, y cuando este se lleva a cabo dando posibilidad a la pieza para que escape, se conoce como arte cinegético o caza. Cuando esta práctica contempla estas premisas, no es posible afirmar que cazar es matar, como así rebatía Ortega en el prólogo, verdadero tratado cinegético, al libro de Eduardo Figueroa (Conde de Yebes) que lleva el título de “Treinta Años de Caza Mayor”.
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Entiendo que el que nace en una gran ciudad y le interesa la naturaleza, lo que yo llamo un “urbanita”, no ha podido vivirla en vivo y en directo, como aquel que nace en un medio rural, que desde la niñez a la juventud, ha observado cómo se renueva la vida de todos los actores de la naturaleza, plantas y animales, con el paso de las cuatro estaciones. En esta época, pues estamos en San Antón, comienza a ver “cada perdiz con su perdigón”; cuando empieza la primavera, y vuelven los pájaros que emigraron al final del verano, escucha durante toda la noche los sublimes y dulces trinos del macho del ruiseñor, con los que indica a la hembra, mientras incuba los huevos de su descendencia, que está a su lado para avisarla de la llegada de cualquier peligro; a mitad de verano ve campear, con sus padres, a los pollos de águila real, que están aprendiendo a cazar, y con el otoño el monte truena, durante un par de semanas, con la berrea de los ciervos, que con esta demostración de fuerza, reúnen su harén para preñar a las hembras. Todas estas demostraciones de vida, despiertan en el niño del mundo rural una curiosidad por descubrir el nido del ruiseñor, para seguir la suerte de la nidada, bajo el cuidado de los padres, hasta que las cría lo abandonan; un seguimiento similar con la puesta de la perdiz, junto al ribazo de un camino, puesta a la que en alguna ocasión incorporó huevos de otro nido abandonado, para una vez eclosionados ver como todos los perdigones se protegen alrededor de la madre, y como esta se lanza, sin miedo, en aptitud agresiva, contra aquel que pretenda acercarse demasiado a la pollada; también seguirá el campeo de los pollos de águila real y les verá fracasar en su primer intento de cazar su primera pieza en campo abierto; y por último, verá nacer, mediada la primavera, los cervatillos fruto de la última berrea, que con su piel nevada de copos blancos, se camuflaran entre las múltiples flores, que en esa época cuajan el suelo y el matorral del monte.
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Está claro que este renacer de la vida en la naturaleza, forma parte, de una forma natural, de las vivencias de cualquier niño que ha crecido en el medio rural, y no así del nacido en una gran ciudad, que no ha tenido la oportunidad de vivir entre la naturaleza. Pero estos, a los que cuando cumplen la mayoría de edad, les empieza a interesar la naturaleza por fascículos, en la mayoría de los casos, y para revindicar el tiempo pedido, atacan con el conocimiento adquirido en los citados fascículos, a sus coetáneos rurales, a los que pueden llegar a acusar de ser los asesinos que matan al papá y a la mamá de “bambi”, y casi siempre por dinero.
Y dirán que a qué viene todo esto. Pue mire, porque uno de estos “urbanitas”, llamado Joaquín Araujo, ha tenido la osadía de insultar a un millón y medio de cazadores, que pagan un impuesto específico para ejercitar este deporte, no se paga ningún impuesto por dar patadas a un balón o meterlo por una canasta, escribiendo en el periódico digital VOZPOPULI un artículo titulado: “La Caza: más masacre que deporte”, donde reconociendo de partida que el cazador solo acierta en el 10% de los casos, no parece estar bien escogido el título. Además el escrito está lleno de lugares comunes, acompañado de estadísticas que suman, a las piezas abatidas por los cazadores, los ocho millones de vertebrados que dice que son atropellados en las carreteras o se estrellan contra los faros, y otras infraestructuras, como los cables de alta tensión. Esta interesada mezcla de datos, no tiene más explicación que ser utilizada en contra de los cazadores, para seguir la doctrina de muchos “urbanitas” que se olvidan que todas las especies objeto de caza han sido conservadas de forma sostenible por los cazadores, y habría que retarle a que dijera cuales son las especies cinegéticas que han desaparecido en España, por causa de su caza abusiva o ilegal.
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No merece perder mucho más tiempo en referirnos a todos los tópicos que utiliza el Sr Araujo para desahogarse con los cazadores, como causantes de todos los males que se originan a la naturaleza. Aunque como le contesta un ilustre cazador, voz cualificada en la conservación de la naturaleza, ¿Quién sustenta el 80% de la riqueza faunística de este país?, desde luego ni él ni ninguna subvención, pues esto se paga por los titulares de los distintos cotos de caza. También le dice, para demostrarle su desconocimiento del medio rural,….” Y no venga ahora con lo de la nobleza y la caza por favor, no sea usted ridículo, visite cualquier pueblo de España de Octubre a Febrero un fin de semana cualquiera, pregunte si allí se practica la caza y cuantos marqueses y duques viven allí….elija uno al azar, le doy ventaja”. En todo caso, el Sr. Araujo debido a su ecologismo, que en un principio fue radical, fue nombrado Subdirector General del desaparecido ICONA, y desde allí no combatió los verdaderos problemas que entonces tenía la naturaleza, como la de prohibir los cerramientos de los cotos de caza mayor, que han eliminado los desplazamientos con fines reproductores de los machos mejor dotados, facilitándose la endogamia de las especies, que ya se está manifestando, con peligro para las poblaciones. Claro que para eso habría que haberse enfrentado con los poderosos, que suelen contarse entre los grandes terratenientes, y fuera del sistema en que ya se había introducido, no precisamente por méritos académicos, hace mucho frio. Tampoco desde las tribunas dedicadas al ecologismo, de los periódicos de tirada nacional, en las que participa, se le ha visto combatir problemas como la desaparición paulatina de la perdiz roja, especie endémica de España, de muchos de nuestros ecosistemas, originada por los cruces con miles de perdices criadas en cautividad, sin ningún control genético, que se sueltan días antes de los ojeos, y que dan lugar a individuos que han perdido su bravo vuelo para convertirse en otro manso y gallináceo. Pero este grave fenómeno que está sucediendo desde hace más de dos décadas, no le merece ninguna atención, cuando, como hace con el recuerdo todos los años de las vías pecuarias, paseando un rebaño de ovejas por el centro de Madrid, con el cobro de una magra subvención de la CE, podría estar revindicando una similar para estudiar la situación de la perdiz roja en España, por su amenaza de desaparición. Pero como buen “urbanita”, es mejor que los actuales niños crezcan en esta doctrina, viendo pasar el rebaño por la calle Alcalá, donde la vendedora de nardos, y llenando, como es normal, la citada calle de cagarrutas, cuya limpieza tenemos que pagar todos los residentes madrileños con nuestros impuestos, que llevar a los niños al Puerto del Pico, cañada que está ahí desde tiempo de los romanos, para mostrarles en la naturaleza lo que es y para que se utiliza una cañada Real. Claro que este cambio subiría los costes de la celebración, y le supondría dedicar menos dinero a otras atenciones, aunque a los jóvenes que asistieran a este festejo anual, jamás olvidarían lo que es una cañada.
Termino deseándole muchos éxitos en sus fascículos al Sr. Araujo, no sin manifestarme de acuerdo con la opinión del ilustre cazador citado anteriormente, en calificar su artículo de patético.



