La llegada de la primavera, la estación en la que, en nuestra latitud, renace la vida, està muy cercana, pues el próximo día 21 entrará de manera oficial en el calendario. Es verdad que son muchas las señales que anuncian su llegada, desde hace un par de semanas. Para los menos iniciados en detectar como van creciendo las horas de luz de los días, no les dicen nada las grandes bandadas de aves que, suben del sur después de invernar, volando en inmensas formaciones de punta de flecha, y se encaminan al norte boreal, para su época de nidificación y cría. Cuando esta termina, y las horas luz del día se igualan con las de la noche, coincidiendo con el otoño, las aves migratorias con sus nuevas crías, vuelven a cruzar nuestros cielos, buscando las zonas de invernada, esperando repetir el ciclo con la llegada de la nueva primavera.

    Estas señales tempranas que anuncian la primavera, no son fáciles de detectar cuando se vive en una gran ciudad, por lo que generalmente, los “urbanitas”, que solo suelen mirar al cielo si llueve, solo se dan cuenta que estamos entrando en esta estación, cuando unos árboles característicos medíterráneos, los almendros,que echan las flores antes que las hojas, todas sus ramas se cubren de flores. A veces, como este año, algunos cronistas municipales, de periódicos de gran tirada, nos invitan a recibir la primavera en Madrid visitando el jardín de la Quinta de los Molinos, para evitarnos visitar el Valle del Jerte en Cáceres, como si los árboles de este jardín fueran cerezos en lugar de almendros. Y es que ayudar a conocer los árboles, empezando por su nombre, es la única manera de ayudar a quererlos.

    También el próximo día 21 de marzo, el mismo día que entra la primavera, se celebra el DIA INTERNACIONAL DE LOS BOSQUES. Este año, en ese día, como en años anteriores, nos reuniremos unos cuantos profesionales, y después de acudir a un acto académico relacionado con el tema, sin contar con una amplia participación de la sociedad civil, mucho mayor en número que los profesionales, que nos exija una gestión acertada y sostenible de nuestros montes arbolados, que son los que forman nuestros bosques. Como estas exigencias, o en su caso reconocimientos, no se producen, en estas celebraciones no se marcan objetivos de superación como, el aumentos de nuestra superficie de bosques, la ordenación de todos nuestros montes arbolados, o la defensa de nuestros suelos forestales, que son los que presentan mayores peligro de erosión de Europa.

    Al menos este año celebraremos este día recordando al ingeniero de montes Ricardo Codorníu y Starico, más conocido como Apóstol del Arbol, que aparte de poder presentar la repoblación de Sierra Espuña, hoy declarado Parque Natural, como una de sus obras emblemáticas, no se olvidó de contactar con la sociedad civil, para mediante la creación de la FIESTA DEL ARBOL, dar a conocer a los niños, desde las escuelas, la importancia de este ser vivo que, como ningún otro de los existentes, le da todo al hombre a cambio de nada.

    Este “Viejo Forestal”, como a él le gustaba que le llamaran, fue un defensor de los árboles y del bosque, por lo que toda su vida y obra la dedicó a preocuparse por la deforestación, la erosión, la desertificación de los suelos forestales y la defensa de los árboles. Fue fundador de La Sociedad Española de Amigos del Arbol, lo que le permitió intervenir en la redacción del Real Decreto que instauraba oficialmente, en la España de 1904, la FIESTA DEL ARBOL, declarándola obligatoria. Esta fiesta tenía como objetivo, un día al año, despertar en los niños el conocimiento de los árboles, promoviendo plantaciones, siembras y viveros, como un valioso medio de educación y respeto a los mismos, y combatir nuestra ancestral imagen de ser un pueblo destructor del arbolado, para lo cual nada mejor que enseñar a los niños a conocer aquello que se quiere proteger. Los principios eran buenos, y esta fiesta, después de transcurrido un siglo, se sigue celebrando en los países de nuestro entorno, mientras que aquí los poderes públicos no han seguido manteniendo su celebración, por lo que no me extraña que ese cronista municipal, confunda los almendros con los cerezos.

    Ahora que tanto se habla de Educación Ambiental, en homenaje a este gran pedagogo sobre la importancia de los árboles, únicos seres vivos que están anclados a la tierra con sus raíces, y no pueden huir y defenderse de sus agresores, se debería volver a instaurar la FIESTA DEL ARBOL, aunque no fuera para otra cosa, ahora que está tan de moda, que la de enseñar a los niños que los árboles son las principales máquinas para la destrucción del primer gas de efecto invernadero, el CO2. Seguro que a ellos les enseñan lo de la función clorofílica, pero es dudoso que lo relacionen con el cambio climático, por lo que es difícil que desde los colegios, los maestros como líderes de opinión, pidan que se planten más árboles, actividad en decadencia desde hace algunas décadas.

    Una de sus obras casi desconocidas, es la que Don Ricardo tituló “Doce Arboles” , en la que dedica a cada uno de sus nietos un determinado árbol. Solo los que somos abuelos, podemos apreciar la sensibilidad y el cariño que demuestra hacia los arboles en esta obra, hasta el punto de identificarles con sus nietos.

    Vayamos el próximo día 21, junto con la Alcaldesa de Madrid y al Decano de los Ingenieros de Montes, sociedad civil y profesionales, ante la estatua de Ricardo Codorníu y Starico, situada en el Parque del Retiro, a rendir un merecido homenaje a quien supo situar a los árboles en el centro de su vida, y pretendió trasmitir a los demás su conocimiento sobre los mismos. Aprovechando este acontecimiento, nos atrevemos a pedir que, aunque solo sea en Madrid, se fijara un día al año, en todas las escuelas, para que los niños aprendieran a conocer a los árboles. Seguro que los ingenieros de montes, de forma altruista, nos brindaríamos a ser maestros de los niños en ese día.