Dos meses antes de la llegada del verano meteorológico, tenemos que lamentar que dos importantes incendios forestales se han declarado en la comunidad valenciana, sin tener todos los medios en alerta, como si en estos territorios, característicos de representar a la más clásica vegetación mediterránea, los períodos de riesgo de incendios forestales tengan que coincidir con el resto de la península. A esta obviedad parece que no le prestan ninguna atención, en las distintas instituciones de esta comunidad encargadas de la prevención y extinción de los incendios forestales, pues si así fuera, al menos tendrían alertadas las medidas de prevención, como la vigilancia disuasoria y las cuadrillas de reten, para llegar al incendio treinta minutos después de haberse iniciado.

    Vivir de espaldas hoy día a las predicciones meteorológicas, cuando se sabe que la vegetación mediterránea es tan sensible a desecarse, si soplan los vientos secos, en este caso los de poniente, y estos se mantienen durante periodos de más de una semana de duración, sin tomar medidas preventivas para evitar el desarrollo, con muchas probabilidades, de un gran incendio forestal, es como jugar a la ruleta rusa. Si estas predicciones se conocen con semanas de anticipación, no es comprensible no escuchar los mensajes de riesgo que nos trasmiten, y querer olvidar estas llamadas porque no ha llegado todavía el verano meteorológico, pues ello nos llevará a lamentarnos cuando ya no haya remedio.

    Algunas veces hemos comentado, como la población solo se conciencia con el fenómeno catastrófico de los incendios forestales, cuando en pleno verano, la sociedad mediática en la que vivimos, principalmente la televisión, nos mete hasta el salón de nuestros hogares, el desarrollo de los incendios forestales, en vivo y en directo. Pero cuando se termina el verano, parece que las críticas exigiendo una mejor gestión de nuestros bosques, se desvanecen, porque ya no tienen un incendio diario a la hora de la comida, y desaparecen las soluciones de los líderes de opinión, que la mayoría de los cuales no saben distinguir una retama de una jara, por citar dos géneros cuyas formaciones tienen una gran importancia en el comportamiento del fuego. Con esto no me gustaría que se me achacara una crítica indebida a la población, pues entiendo que demás hacen, aunque solo sea durante dos meses al año, con manifestar su malestar porque este fenómeno no se logre parar, ni en número de incendios, ni en superficie arbolada recorrida por los mismos. Otra cosa es que, las instituciones encargadas de controlar los incendios forestales, cuando termine el verano, se olviden de los mismos, como si estos tuvieran un periodo fijo de producirse, y fuera del cual los medios para ser atacados y controlados, no deben estar operativos.

    Esta barbaridad que se produce en todas las autonomías, no es posible mantenerla en muchas de ellas, como la comunidad valenciana, en la que basta con repasar sus datos estadísticos, para comprobar que su periodo de riesgo no comprende solo los meses que van de julio a septiembre, ambos inclusive. Por lo que no mantener la alerta oportuna fuera de este periodo, en todos los tiempos y lugares que sea necesario, es una temeridad que se paga muy cara. Tan cara que, en la comunidad que nos ocupa, en las dos últimas décadas ( 1991-2010 ), más de la cuarta parte del total de su superficie arbolada, ha sido arrasada por los incendios forestales. Datos más que preocupantes, para una comunidad autónoma que, año tras año, se mantiene a la cabeza de todas, superando en 14 veces su tasa de quema de superficie arbolada anual admisible, de acuerdo con los altos presupuestos dedicados a esta lucha.

El humo recorre decenas de kilómetros en Valencia

    Parece claro que con cerrar los ojos ante estos datos, no conduce a un cambio urgente en el tipo de gestión, decisión necesaria para invertir las tendencias anuales de aumento de las superficies arboladas quemadas, que se mantienen crecientes en las últimas décadas. El peligro está en seguir manteniendo la equivocada idea de menos prevención y más gastos de extinción, cuando los datos estadísticos, desde que se confió en este principio, nos conduce a una pérdida importante de nuestros bosques, la mayoría de los cuales, sobre todo los mediterráneos, se han quemado hasta dos veces, dentro de los años previstos para que sea posible su regeneración natural. Y estas circunstancias están cambiando la naturaleza de los suelos, con desaparición, por erosión provocada por los arrastres de las lluvias torrenciales, que acompañan a las “gotas frias”, así como de sus horizontes. Estos nuevos suelos, no podrán ser el soporte de bosques formados por las mismas especies que los quemados, pues muchas de ellas requieren para vegetar suelos más profundos. de los resultantes de haber soportado el incendio y la erosión.

    Se está acabando el tiempo para parar esta carrera, que está conduciendo a muchos de nuestros bosques hacia su regresión, y que cuando esta empieza, es difícil invertirla. Es grave y preocupante dedicar tiempo y dinero para paliar el cambio climático, como está sucediendo, y que esto sea a costa de olvidarnos de corregir nuestro problema medio-ambiental más grave, que no es otro que los incendios forestales, que afectan a nuestros bosques , y la erosión, que desnuda nuestros suelos. Estamos caminando hacia la deforestación de muchos de nuestros suelos del levante español, sin que nadie levante la voz pidiendo atención al problema, mientras nos quieren asustar todos los días, con todas los supuestos males que nos traerá el cambio climático, partiendo de hipótesis carentes de cualquier rigor científico., y totalmente contradictorias, pues si algo hay que puede paliar los efectos nocivos del cambio climático, es la permanencia e incremento de nuestros montes arbolados.

    Seguir perdiendo, como en los últimos veinte años, más de 16.000 hectáreas arboladas por año, equivalente a la superficie de 16.000 campos de fútbol, cuando menos de la mitad del suelo forestal de la comunidad valenciana está ocupada por montes arbolados, es caminar hacia la sustitución de sus bosques, por suelos ocupados por matorrales invasores y regresivos, incapaces de regenerarse de forma natural, hacia los bosques climácicos que fueron reiteradamente pasto de las llamas.