En este año que termina se ha cumplido el 75 aniversario de la redacción del Plan Nacional de Repoblación Forestal de España, cuyo objetivo era paliar el escandaloso estado de deforestación de la mitad del territorio de nuestro país que estaba, y sigue estando, considerado como suelo forestal.

    Desde la creación del Cuerpo Nacional de Ingenieros de Montes, una vez que sus componentes fueron capaces de salvar de la Desamortización más de SEIS MILLONES DE HECTAREAS de montes, con una protección superior a la que amparaba a los incipientes Parques Nacionales, creando lo que desde entonces se conoce como “Catálogo de Montes de Utilidad Publica”. Los componentes de este Cuerpo Nacional, no cejaron en la lucha de denunciar el abandono de los TRECE MILLONES DE HECTÁREAS desarboladas de nuestro suelo forestal, que se encontraban sumidas en el abandono de la regresión, por lo que era urgente su repoblación.

    El reto fijado, como todos aquellos defendidos por los amantes de los árboles, no se puso en marcha de una manera fácil, pues tuvieron que transcurrir más de 80 años, hasta que en 1938, la clase política se decidió a encargar y poner en marcha este Plan Nacional de Repoblación Forestal, y dar prioridad a la ejecución del mismo, para paliar el hambre de los habitantes de muchos núcleos rurales, situados en las zonas más deprimidas de España.

    La redacción del mencionado Plan se encargó al Ingeniero Jefe del Distrito Forrestal de Soria, don Joaquín Ximenez de Embun y Oseñalde, asignándole como colaborador al Ingeniero afecto al Distrito Forestal de Avila, don Luis Ceballos y Fernández de Córdoba. La madura experiencia del primero, unida a la sabiduría de todas la ciencias forestales, incluidas otras humanidades de las que era poseedor el segundo, que le hicieron merecedor de ser nombrado Académico de la Lengua, dio lugar a una unión perfecta del conocimiento, que supo enseñar a los profesionales, como se pasa de un estudio minucioso, de todas las características naturales de un territorio, a la fase de ejecución de un proyecto, en el que encajen todas las piezas vivas de cada una de las estaciones. Este encaje se debe producir de tal manera, que se detenga la regresión climácica, para reanudar la marcha en sentido ascendente, con las especies repobladas, tratando de conseguir “con un salto, lo que naturalmente solo sería factible a paso lento”. Esta importante aportación a la ciencia es posible, desde entonces, gracias a la incorporación de don Luis Ceballos a este Plan, de sus tablas de regresión climácica de las especies nobles españolas, tablas que demuestran la imposibilidad, “porque sería una insensatez”, de reinstalar directamente un hayedo sobre las ralas praderas de un a pradera de hierba cervuna, o un encinar sobre las terrizas laderas de un espartizal. En ambos casos, aun consiguiendo que las semillas germinasen, las plantitas se negarían a vivir en tales medios, “siendo procedente crear primero una cubierta arbórea, repoblando con P.sylvestris y P.halepensis, que en su día podrán servir de antesala al haya y a la encina respectivamente”.

    Desconocer estas reglas básicas, es la causa de que durante el último medio siglo, las repoblaciones con las especies colonizadoras, hayan sido satanizadas por la mayoría de las organizaciones ecologístas. Incluso algunas, cuando estas repoblaciones han sido pasto de las llamas de un incendio forestal, se han limitado a decir: “solo se quemaron pinos”.

    El Plan, además de su enorme carga científica, no se olvidó de estudiar las principales dificultades que presentaba el problema tratado de forma genérica, tanto de orden técnico como social, por lo que el estudio se llevó a cabo, en cada uno de los rincones de las distintas regiones española. Incluso no se olvidaron de la necesidad de subvencionar las repoblaciones hechas por los particulares, aunque se quejaban de los escritos de apoyo que recibían, “no obstante la buena fe y razón que los inspiró, toman sus autores algún parecido, con el ciego expendedor de lotería, que ofrece 6.000 pesetas por una peseta”.

    Pero la ejecución de este Plan, a pesar de la ciencia forestal y sabiduría que acumulaban sus autores, hubiera quedado en el olvido, sin la existencia del Patrimonio Forestal del Estado, organismo autónomo reivindicado por los Ingenieros de Montes desde su creación, para gestionar en el citado organismo todos los suelos forestales, no aptos ni rentables para su cultivo agrícola permanente. Esta gestión tendría como objetivo principal la repoblación forestal de todos estos suelos desarbolados, para trasformarlos en bosques protectores y productores, según su vocación, e integrarlos en la ascensión climácica de los mismos.

    El primer paso se dio en 1901 con la creación de los Servicios Hidrológico Forestales, para mediante las repoblaciones, potenciar el binomio agua-bosques, para frenar la pérdida de suelos por la erosión hídrica y mejorar la calidad de las aguas. La Ley Republicana del Patrimonio Forestal de 9 de octubre de 1935, apenas pudo entrar en vigor por la situación política existente. Es terminada la guerra civil, con la Ley de 10 de marzo de 1941, cuando el Patrimonio Forestal del Estado, con el apoyo económico correspondiente del Estado, se fija el objetivo de repoblar, hasta el fin de siglo, SEIS MILLONES DE HECTAREAS, una cuarta parte de las cuales tendrían el carácter de protectoras, y la ejecución de todas ellas se llevarían a cabo, preferentemente, para abordar los problemas “ del paro obrero y campesino”.

    Todos los ingenieros de montes ejecutores de este plan de repoblaciones, tenían como prioritario libro de consulta el “Plan de don Luis Ceballos”, en el cual encontraban respuesta para resolver todas sus dudas. Fue una pena que la duración de este plan de repoblaciones, apenas pasara de las tres décadas. Una vez más, como pasa siempre que se trata de fomentar el aumento de nuestros montes arbolados, los problemas que suelen surgir en el desarrollo de su ejecución, en vez de resolverlos, se abandona para siempre la implantación de nuevos bosques, y con ellos contribuir a la armonía y estabilidad de la Naturaleza.

    Es una triste estadística que después de transcurrido el último siglo, no hayamos sido capaces de aumentar la superficie de nuestros bosques, aunque si nos preocupe dotar nuestros presupuesto de magras cantidades para el cambio climático, mientras no nos dedicamos, por falta de recursos, a plantar un solo árbol, y nuestros suelos forestales se cubren de matorrales invasores y regresivos. Esta situación sin duda no la pasaría por alto don Luis Ceballos, autor del estudio “LOS MATORRALES ESPAÑOLES Y SU SIGNIFICACION”, y nos invitaría, conociendo su intolerancia con la ignorancia profesional, a ser beligerantes con los que se hacen llamar defensores de la Naturaleza.