Un año más ha pasado el día de entrega de los premios GOYA del cine español, y aprovechando tal celebración, como es costumbre, casi todos los que participan y hacen posible contar historias en la pantalla, cuyo parecido con la realidad es mera coincidencia, se apropian de la cultura, y nos quieren llevar al convencimiento que, fuera de lo que ellos representan, todo es un páramo cultural. Lo peor no es esta prédica, pues al fin y al cabo el que vende su mercancía merece todo tipo de alabanzas, si no que todo gira alrededor de una ideología, despreciando e insultando a los que piensan de otra manera, sin darse cuenta que estos son el 50% de los futuros espectadores, a los que predisponen a no ver sus películas. Está claro que este tipo de promoción no es la más acertada, mucho menos cuando se revindican ayudas y subvenciones, que pagan con sus impuestos todos los contribuyentes, sin distinción de ideologías.

    Es imposible pensar que los que exhiben su “glamour” sobre la alfombra roja, con motivo de la entrega de los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, más conocidos como OSCAR, ceremonia que se celebra en el teatro Dolby de Los Angeles y que aquí se pretende imitar, después del glorioso paseíllo, vistiendo las galas de los más caros modistos del mundo, se encerrasen en el lugar de celebración para insultar al gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos y, de paso, vejar a título personal a miembros de ese gobierno, así como a todos aquellos a los que ellos no consideren progresistas, por no prestar ayuda a esos desarrapados y famélica legión participantes en el desfile. Con la diferencia de que estos gringos, que son, para muchos de los que asisten a nuestra ceremonia de imitación, el demonio en persona, son los que marcan la pauta desde su creación, en lo que llaman la industria del cine. Pero es la iniciativa privada la que se arriesga a triunfar o se arruina, produciendo películas de éxito universal, como el Doctor Zhivago, por poner un ejemplo, que, salvo censura, llena las salas de todo el mundo, y no son los contribuyentes los que soportan con sus impuestos este riesgo.

    Se puede estar de acuerdo en que el cine es un arte e incluso contribuye a la cultura, pero no mucho más que el teatro, la pintura, la escultura, la escritura, la música, y otras actividades a cuyos participantes no los subvencionamos con nuestros impuestos, y por ello no dejan de ser competitivos. En todo caso, siempre nos referimos a las películas con un determinado éxito, pues las que no interesan a ningún tipo de espectadores, no cumplen su cometido de entretener y formar y no merecen llamarse cine.

    Dicen que algunas películas de las que reciben subvención, no se llagan a estrenar. Si esto sucede, quien lo conoce debería denunciarlo como una pura y simple estafa, pues está claro que con el dinero entregado no se ha cumplido el fin que se pretendía. Sigo sin creer que estos casos sucedan, pues desconozco que hayan existido denuncias al respecto, así como que la subvención se hubiera cobrado antes del estreno, como una cantidad entregada a cuenta, sistema que se presta, si no existen avales, a la corrupción.

    El momento excepcional que vivimos, con casi seis millones de parados, siendo un millón de los mismos titulados universitarios, justifica también que el paro sea muy elevado entre los que trabajan en la industria del cine, por lo que tendrán que, como todos, sentir y aguantar la crisis, sin pedir soluciones de privilegio.

    No habrá que volver a repetir que es difícil conseguir complicidad de otros colectivos, cuando se revindica las ayudas a un sector, cuyos participantes en el mismo se presentan vestidos, ellos de smoking y ellas con modelos de alta costura. A lo mejor esto forma parte del propio teatro en sí, pero a muchos les puede quedar la duda que esto no es de recibo.

    De todos modos hay muchas aptitudes a corregir cuando se defiende la cultura en plan genérico. Habría que aclarar a que cultura nos referimos, si a la defendida por nuestra Sociedad General de Autores, que cobraba, durante muchísimos años, hasta que bailaras “La conga” en una boda de tu pueblo, en aras a proteger la cultura de los autores, cuando la mayoría de ese dinero era para hacerse millonarios los gestores, con la complicidad de la Administración y algunos autores. Este gran abuso de la cultura solo terminó, como pasa en estos casos, cuando unos no recibieron lo que creían que les correspondía, y con su denuncia, la guardia civil llenó una furgoneta de papeles y modernos ordenadores, que estaban en un edificio declarado bien cultural, los entregó a la justicia, y esta terminó con la mayor estafa cultural de nuestra historia, sin que los controladores y subvencionadores descubrieran este pastel. Muy al contrario se dedicaron a ensalzar, homenajear y distinguir con condecoraciones a los corruptos, incluso a conseguirles audiencias reales. Sea todo por la cultura.

    Si algunos pretenden que la cultura se subvencione y se gestione desde el gobierno, caeremos en el totalitarismo oficial, y esto será motivo de su aletargamiento y dirigismo hacia objetivos ideológicos, nunca universales. La cultura nace de forma espontánea y libre del pueblo, y cuando se disfruta de esta libertad, sin ningún tipo de dirigismo impuesto desde el poder, es cuando se alcanzan los periodos más idóneos para el desarrollo de la misma.

    Para terminar, proponer la recuperación de una manifestación cultural popular, la celebración del Día del Árbol. Tenía lugar el día de la llegada de la primavera, y consistía en que cada familia plantara un árbol, para llamar la atención hacia la recuperación de nuestros suelos desforestados, y así ayudar a transformarlos en bosques.