Desde hace un tiempo todos los problemas que puedan surgir, hay mucha gente empeñada en que la única manera de resolverlos, es acudir al diálogo. Aquello de que hablando se entiende la gente, se ha convertido en un punto de partida obligado, aunque los interlocutores no se fijen un objetivo común al que llegar, y como en los tebeos de cuando éramos niños estamos dispuestos a iniciar el “Diálogo para Besugos” partiendo del buenos días, buenas tardes, por lo que difícilmente podemos llegar a una convergencia, a no ser que, para dialogar, cada interlocutor se encuentre a 10.000 kilómetros del otro.

    Es importante que para alcanzar un acuerdo satisfactorio para las partes que dialogan, en el citado acuerdo debe fijarse la meta que se pretende alcanzar. Los nacionalistas catalanes que quieren dejar de ser españoles, no es posible que a través del diálogo con los españoles que defienden la Constitución, puedan llegar a un acuerdo sobre seguir siendo españoles, como no sea por una decisión judicial de un tribunal que estén dispuestos a reconocer, y por tanto a acatar. Es difícil convencer a unos sediciosos con razones, cuando ellos están guiados por sentimientos, y no existe nada más irracional que apoyarse en los mismos, como lo demuestran las continuas declaraciones de romper las reglas del juego democrático, que entre todos, incluidos los representantes de los sediciosos, nos hemos dado.

    Sería conveniente dejar de ser hipócritas, y no prestarse a pedir cambios constitucionales que a nada conducen para frenar a los sediciosos. Pretender cambiar la forma territorial del Estado hacia el federalismo, con el cual mucha gente podemos estar de acuerdo, sabemos que no servirá para que los que no quieren ser españoles, admitan serlo dentro de una España federal. Hay otros hipócritas que se pasan el día amenazando con una ruptura unilateral, mientras representan a todos los españoles, desde el cabo de Gata a Finisterre y desde la desembocadura del Guadiana al cabo de Creus, presidiendo la Comisión de Exteriores de Congreso de los Diputados de España, y de vez en cuando pide diálogo al Presidente del Gobierno, elegido por el Parlamento votado por la mayoría absoluta de los españoles, a sabiendas de que la Constitución no le otorga poderes para alcanzar acuerdos con los sediciosos para separarse de España. Es una pena que este juego sucio, por encima de toda legalidad vigente, se presente como un agravio de aquellos que están consintiendo que se incumplan las sentencias judiciales, que protegen a las minorías más desfavorecidas.

    Por todo lo anterior, ya es hora que se aparque el diálogo, pues lo que pretenden los nacionalistas es seguir con el diálogo retórico, como el que practican continuamente, para persuadir y convencer través de la manipulación de la opinión. Como ejemplo, basta recordar aquello de “España nos roba”.

    Hay otros que exigen al Presidente del Gobierno que se mueva, pues según ellos nada está haciendo para que ETA entregue las armas y desaparezca. Aquí lo del diálogo parece que no tiene sentido, pues después de tanto tiempo ya no existe ningún tipo de información para intercambiar, y todas las terminales han agotado las propuestas que puedan favorecer a los terroristas, y que ya, salvo las familias de los implicados, no serían bien recibidas por la inmensa mayoría que apoya a las víctimas. En realidad debían explicarnos que movimientos son los que se exigen, pues después del espectáculo de los verificadores, nos hemos quedado sin pulso y con la tensión por los suelos, y tendrá que venir la segunda parte de la entrega, para reanimarnos. Es triste montar una organización terrorista, a partir de las juventudes nacionalistas, para amedrentar, amenazar, extorsionar y matar a los que no piensan como tú, con el cuento de conseguir un nuevo estado, gobernado por aquellos que tienen un Rh distinto y especial. Y cuando después de pasados 50 años esto no se consigue, entre otras cosas porque el Gobierno de los territorios vascos franceses les dan la espalda, nos exigen que los familiares de los que ellos mataron y el resto del pueblo español, que vivió aterrado sin saber en que lugar matarían la próxima vez, les demos las credenciales de demócratas de toda la vida, y les saquemos de la cárceles en las que entraron, por las condenas que les aplicó la justicia por los crímenes cometidos, casi siempre con los débiles.

    Tenemos abandonadas hace mucho tiempo otras muchas preocupaciones, pues los temas a los que nos hemos referido más arriba, ocupan la mayoría de las páginas y la opinión de todos los medios de comunicación. Mientras nos olvidamos de aquello que, día a día, puede contribuir a recuperar y mejorar nuestro nivel de vida. Poco o nada nos preocupa insistir en una mejor gestión de nuestros recursos naturales, que los dejamos perderse en el mar, como las excepcionales precipitaciones del pasado mes, muchas de las cuales, debidamente embalsadas, nos podrían ayudar a salir de la crisis energética en la que estamos sumidos, y que gracias a la desmesurada política de las renovables, estamos pagando la energía a los precios más altos de Europa. Pero no importa solucionar estos graves problemas, totalmente injustos por perjudicar más a los débiles. Mientras, las fuertes terminales del ecologismo mediático, defienden sin, ningún tipo de escrúpulos, las instalaciones que producen la mayor contaminación irreversible del paisaje, y generan la energía más cara, con mucha diferencia, de las existentes. Con estas premisas, es lícito sospechar que en el reparto de este gran pastel, no solo participan las eléctricas.

    Es hora de negarnos a prestar atención diaria, como tema único , a los caprichos sediciosos y a la amenazas terroristas de unos cuantos. Los problemas prioritarios de los españoles nada tienen que ver con estos temas, con los que no cabe otra solución que aplicarles la legalidad vigente, y no pedir que se monten diálogos estériles.