En los últimos tiempos se ha convertido en un recurso importante, contar con los llamados expertos, para buscar soluciones a los problemas más variados que surgen en el día a día, desde los fiscales a los relacionados con la sequía o los incendios forestales, por poner un ejemplo. En muchos casos, las soluciones que proponen no vienen avaladas por su preparación o conocimientos, pues se guardan de manifestar en que Universidad o Politécnica revalidaron estos conocimientos con la titulación correspondiente, y cuando lo hacen, su titulación suele estar lo más alejada del tema, para permitirse sentar cátedra sobre el mismo. No obstante, el experto tiene muchos seguidores, sobre todo en el mundo mediático, pues el defensor de cualquier teoría lo reivindica, sin identificarle, para defender su postura ante las cuestiones polémicas, y ponerle a su lado en el debate, como prueba definitiva de que le asiste la razón. A estos polemistas, la frase de “dicen los expertos” no se les cae de la boca, sin permitirse identificarlos, ni en qué Universidad se doctoraron sobre el tema, ni en que comunicaciones o publicaciones se recogen sus investigaciones.

    Sin ánimo de ser exhaustivo buscando ejemplos, en el último mes he leído en periódicos de tirada nacional, los artículos más variados, en los que su autor para afirmarse sobre lo “políticamente correcto” relativo al tema, se apoya en supuestos criterios de expertos jamás probados por la ciencia. En este caso se hablaba de un jardín botánico, el segundo privado mayor de España, plantado por un mecenas en tierras asturianas, en el que recogía la más de 500 especies representadas, entre secoyas, castaños, rododendros, ginkgos…etc, destacando que entre las mismas se había preocupado en no plantar el “eucalipto, ese maldito árbol que según los expertos seca las fuentes y los ríos de allí donde se planta” ¡Pobres australianos! ¿Cómo pueden vivir entre más de 700 especies de este árbol maldito, que secan sus ríos y sus fuentes, sin talarlos a todos? Pero lo peor del artículo, además de propagar esta mentira, es que el mecenas posaba en una foto, con una plantación lineal de esta especie a su espalda. Seguro que el becario autor del artículo, se sentirá satisfecho de haber aportado su ecologismo racial contra un ser vivo que no se puede defender, aunque sobre ese comportamiento falso que se le achaca, basta que el becario se dé una vuelta por la fraga de Chavin (Lugo), donde a la sombra de una plantación de eucaliptos de más de 120 años, se ha desarrollado la fraga declarada como paraje natural, en la que crecen, entre otros, robles de más de 25 metros de altura.

    Otro experto, en este caso catedrático de Física Aplicada, también en otro periódico de tirada nacional, para defender su sentimiento ecologista, al que sin duda tiene derecho, da nombres que no existen, como el de “tamarisco”, a determinadas plantas, error normal por su desconocimiento de la botánica. La planta a la que se refiere es la conocida vulgarmente como tamarindo o taray, científicamente del genero Tamarix, a la que achaca, según la mitología india del Oeste americano, “de evaporar litros de agua al día, robándolos a los seres humanos”, aunque esto, según su opinión, no tiene la menor importancia comparado con la distorsión ocasionada en el ciclo del agua causadas por los embalses construidos por el hombre.

    Me ha dejado estupefacto esta desconocida teoría, sobre todo planteada por un físico, pues se supone que conoce que el ciclo del agua, que no es otra cosa que el movimiento continuo del agua entre la Tierra y la Atmósfera, comprende cuatro etapas: almacenamiento, evaporación, precipitación y escorrentía, por lo que a mayor almacenamiento corresponde más evaporación, pero también más precipitación, lo que supone más vida.

    Si como se dice en el artículo que nos ocupa, “el desierto lo crea el propio ser humano”, hacer su suelo productivo mediante riego, no puede considerarse como una acción regresiva, cuando este agua no es cierto que se “saque de la caja fuerte” es decir del nivel freático, sino del río Colorado, cuyo curso terminó de regularizarse de forma sostenible, mediado el pasado siglo, con el proyecto conocido como Gran Rio, con la terminación en 1960 de la presa Glend Canyon. No es cierto, aunque si lo fuera hace un siglo, que los estados de Utah, Nevada y Arizona tengan una tremenda escasez de agua, pues estos además de Colorado, California y baja California y Sonora, estos dos últimos en México, han visto saciada su sed, urbana, industrial y agrícola, al menos para un siglo. Y todo lo anterior sin detrimento de su patrimonio natural, pues todos estos estados, sobre todo los de U.S.A., tienen más del 80% de sus territorios protegidos, siendo Utah el estado con más Parques Nacionales del país, nada menos que CINCO.

    No tengo mucha esperanza de que a este tipo de expertos, empleados siempre para anunciar supuestas catástrofes naturales ocasionadas por el hombre, se les identifique y se les pida responsabilidades por los daños causados con sus informes, paralizando proyectos sostenibles para mejorar la vida del hombre, como los incluidos en el Plan Hidrológico Nacional, derogado hace doce años. Como tampoco la de los que defienden combatir los frentes que avanzan de los incendios forestales arrojando agua, desde los medios aéreos, cuando saben que ello no conduce a ninguna eficacia, pues no hay agua suficiente para parar un pequeño frente de fuego que va desprendiendo 3.500 kilocalorías por metro cuadrado. Queremos suponer que los expertos que defienden este sistema de ataque, desconocen cómo se resuelve una simple regla de tres, aunque lo grave es que también lo desconozcan quienes deciden que la aplicación de este sistema es lo más idóneo.

    Pobres contribuyentes, que siguen pasando sed y que ven, desde hace 40 años, como sus bosques arden por olvido de la prevención. Pero sea todo por bien empleado, por seguir los consejos de los expertos.