Pasados tres meses, desde que la caída de la rama de una acacia, mató a un hombre en el parque del Retiro en Madrid, primera víctima de este verano que termina, en el que se han producido abundantes caídas de árboles y ramas, del inmenso patrimonio forestal de esta ciudad, hemos oído opiniones de todo tipo sobre cual es la causa de que se produzcan este tipo de fenómenos, mientras seguimos esperando el prometido informe de un grupo de expertos que nos aclararán todas nuestras dudas.

    La verdad que al que esto escribe, por su profesión, no tiene dudas sobre las causas que han generado este comportamiento de los árboles, que no son una sola, pero que todas ellas están relacionadas con que las ciudades , entre el cemento, la contaminación y el riego con aguas recicladas, no son la estación más adecuada para que un ser vivo que está atado al terreno, como los árboles, pueda vegetar con normalidad, y a pesar de ello, el hombre se empeña en someterle a estas torturas, plantándolos en un medio , totalmente hostil para ellos, a sabiendas de que van a llevar una vida más corta, en la que sus portes se van a desarrollar dentro de la deformidad, con el consiguiente riesgo, ante estas debilidades, de ser una presa fácil para el desarrollo de enfermedades producidas por los hongos, que facilitan la entrada de las plagas de los insectos comedores de madera, que poco a poco hacen desaparecer el esqueleto de los árboles, que es la madera, y una vez que esto sucede acaba viniéndose al suelo su estructura.

    Es mucho pedir a un profano que levante la vista hacia los árboles plantados en las calles su ciudad. Pero si lo hace, verá como la verticalidad del porte de la mayoría se ha perdido, pues la sombra continuada de los edificios no le permite, durante todo el día recibir la luz con la misma intensidad desde los cuatro puntos cardinales, o comprobará como la corteza de su tronco está abultada con grandes verrugones, síntomas ambos de situación de decrepitud de estos seres vivos, que no han pedido a nadie ser objeto de este maltrato. Parece inaudito que esto suceda, cuanto tanta sensibilidad hay hacia las condiciones en las que viven otros seres vivos, y tan poca hacia los árboles, que además no gozan de la posibilidad de moverse, por lo que si nos confesamos amantes de los árboles y llegamos a encadenarnos a ellos para que no los talen, debemos ser responsables de exigir que se planten solo donde puedan vegetar adecuadamente. No es consecuente presumir de llenar nuestras ciudades de árboles, y nada nos importa las pésimas condiciones de vida a las que les sometemos.

    Por lo anterior, es fácil deducir lo que le pasa a los árboles de Madrid, nos referimos a los plantados en las alineaciones de sus calles, a los que no les pasa otra cosa que son unos ejemplares, prematuramente viejos, deformes y enfermos, a los que se les han aplicado unas podas totalmente desequilibradas, que han contribuido a cargas excesivas de sus ramas, en una sola parte del árbol, que van provocando su rotura. Los plantados en los parques disfrutan de una estación menos agresiva que la de estar encerrados entre los edificios, el asfalto y el hormigón, pero el tratamiento adecuado para ellos, tampoco es el que se aplica para mantener el césped, cuyo exceso de riego afecta al encharcamiento de su sistema radical, hasta matarlos. Hace pocos años me pidieron una solución para unas encinas centenarias de un porte majestuoso, que vegetaban en uno de los campos de golf más antiguos de Madrid, que estaban muriendo poco a poco, siendo el motivo que el suelo sobre el que se mantenían, era incapaz de drenar las aguas procedentes de los riegos de mantenimiento del césped. Como la solución era proceder a este drenaje, y el coste era muy elevado, se acabaron perdiendo.

    Si se quiere evitar que se sigan cayendo ramas e incluso árboles, no es sensato proponer talar todos los árboles plantados, sin respetar la estacionalidad de todas las especies de árboles existentes en calles y parques. No obstante, cuanto antes, debe ponerse en marcha un control riguroso sobre el estado sanitario de todos loa árboles, y que todos aquellos con muestras notables de encontrarse atacados de enfermedades, con riesgo de ocasionar sucesos que puedan afectar a la vida de las personas o naturaleza de las cosas, deben ser apeados de su emplazamiento por los servicios de mantenimiento.

    Es preciso profesionalizar más la gestión del arbolado que forma parte del patrimonio verde de todos los Ayuntamientos, atribuir el fenómeno que estamos viviendo de la rotura de las ramas de los árboles, o la caída de los mismos a lo que llaman el “efecto manguera” , como si la madera que forma la estructura de las ramas y el tronco, que como hemos dicho es el esqueleto de la planta, por la que discurren los vasos que transportan la savia, fuera una flexible manguera de jardín. Insistimos que las ramas se caen por que su madera ha desaparecido por el ataque de insectos xilófagos , o por que las mismas han adquirido un peso no compensado por una poda equilibrada. Por otro lado, los árboles se abaten, porque su sistema radical debilitado por tratamientos inadecuados a sus exigencias, es incapaz de resistir las tensiones a los que le somete el peso de su estructura.

    Es necesario no olvidar que los árboles, al ser seres vivos que carecen de movilidad, solo el hombre puede modificar su comportamiento, por lo que es urgente que esta modificación se realice cuanto antes, para corregir las alteraciones que ponen en peligro su vida vegetativa, causantes de las anormalidades que se han producido, y que parece que han cogido por sorpresa a los gestores de este equipamiento vivo de la ciudad.