Volver a Andalucía es volver a encontrarnos con la luz, que te hace ver las cosas más claras, tanto las buenas como las malas. Pero ahora, para los que hemos pasado más de dos años sin venir, en la entrada desde Despeñaperros se produce un cambio importante, pues desde la atalaya que supone el alto puente elevado, que nos evita circular por el peligroso tramo de curvas que era el descenso de este puerto, la panorámica, si no vas conduciendo, es todo un espectáculo, que nos permite dejar atrás el típico monte mediterráneo, donde la fauna característica de estas sierras encuentra refugio y protección, en los cotos de caza mayor mejor gestionados de España, y encontrarnos mirando al frente con los olivares, en los que sus árboles, caprichosamente alineados según la propiedad, forman la imagen de un amplio cuadro impresionista, en el que los colores oscuros del follaje de sus copudos árboles, destacan sobre los claros de los suelos sobre los que crecen, perdiéndose en el horizonte, sobre el intenso azul del cielo, acompañando a esta vista el olor penetrante de las almazaras y el blanco deslumbrante de las fachadas enjalbegadas de las casas de sus pueblos.

    Cuando este paisaje se termina, después de recorrer bastantes kilómetros por las carreteras de las provincias de Jaén, Córdoba y Granada, empiezan a aparecer los cerros pelados de cualquier estrato de vegetación, en algunos de cuyos suelos todavía se mantienen de pie los restos de matorral quemado del último incendio, sin que en el resto se atisbe una incipiente regeneración del típico matorral mediterráneo, jaras y aulagas, símbolo de la regresión de sus suelos, que se muestran desnudos de tierra, asomando los esqueletos de sus rocas madres, incapaces de sostener el más mínimo estrato de vegetación. Es una pena que un territorio, como el de esta comunidad, con tan alto índice de productividad potencial, dotado de tantas horas de sol, y con un periodo vegetativo medio de tantos meses de duración, estas características no se complementan, con la acción continuada de los poderes públicos, para regenerar los bosques perdidos, y con ellos ayudar a que la formación de suelos recupere los que están a punto de desaparecer ganados por la desertización.

    Cuando un amante de los árboles se encuentra con sierras como las que caen hacia el mar en Marbella y Estepona, estas últimas esconden muy cerca de la costa algunos ejemplares de pinsapos, siente escalofríos al ver año tras año desaparecer sus suelos por la erosión hídrica, sin que a nadie le preocupe exigir a las administraciones responsables, parar este proceso repoblando los pocos suelos que aún quedan, la mayoría en el fondo de los barrancos, con los bosques adecuados a su estado de regresión, y a partir de estas actuaciones conseguir la regeneración de bosques emblemáticos, como los pinsapares, de los que todavía quedan ejemplares residuales en estas sierras.

    Pero dejando a un lado el tema de los suelos forestales de Andalucía, la mayoría de los no arbolados abandonados a su suerte, que es lo mismo que decir que están caminando irremisiblemente hacia el desierto. Si esta comunidad autónoma es la de mayor superficie forestal de España, con la ordenación sostenible de todos sus montes y los tratamientos adecuados a los mismos, podría ser la que más empleo generara en el medio rural, que al ser un empleo sostenible contribuiría a rebajar el paro de forma permanente.

    Si unimos a lo anterior el fomento y desarrollo de los campos de golf, que aquellos que me siguen saben que soy un firme defensor de los mismos, por ser el sustento de un turismo de calidad, estaremos de acuerdo, como no puede ser de otra manera, con la opinión de un andaluz ilustre, Miguel Angel Jiménez, situado entre la élite mundial de profesionales de este deporte, que en una entrevista concedida este mes de agosto a un periódico de tirada nacional, cuando le preguntan lo que tiene de ecológico un campo de golf dice:

    “Yo lo único que sé es que miro ahí (se gira al campo de golf) y veo verde, palmeras, plantas, adelfas, pinos, olivos, gente disfrutando del entorno, aves que vienen a anidar, sitio de ocio donde se generan puestos de trabajo. Esto antes era un lugar desbrozao donde solo había escombros, basuras, ratas y yonquis. Pregunta a los vecinos. Los ecologistas que se vayan a dar por culo a otro lao”

    Está claro que nadie es profeta en su tierra, aunque este nadie, como hombre que ha salido del pueblo, y conseguido la fama solo con su esfuerzo personal, le faculta para ser capaz de ir contra lo “políticamente correcto” asegurando que:

    “En España hay que construir desde la convivencia, no desde la jodienda”

    Como buen andaluz, todo un Seneca.

    Pero en esta tierra es fácil pasar de un extremo a otro, sin que nadie se altere, y se puede contemplar como en un pueblo de la costa del sol, cuya alcaldesa está imputada por haber colocado en su Ayuntamiento a más de 150, entre familiares y allegados, ha inaugurado en su pueblo, este pasado mes de agosto, un mural cerámico de unos 20x4 metros, representando una alegoría de caballos blancos galopando, que con sus crines blancas al viento, quieren simular a la espuma de las olas cuando rompen en la orilla de la cercana playa. Todo ello sin que falte la correspondiente placa con su nombre, como inauguradora de tal monumento. No seré yo el que no alabe los sentimientos de amparo hacia la familia, aunque no con familias tan largas, pero lo del culto a la personalidad son vicios de tiempos pasados, que han dejado al mundo, donde se han ejercido, destruido para un sinfín de generaciones.