Como todos los años, cuando empieza a manifestarse el otoño meteorológico, un rebaño de ovejas de guardarropía, pasan por Madrid, por lo que dicen que son cañadas, para reivindicar ante una sociedad que se ve sorprendida, la perdida de la trashumancia. Aunque en realidad de lo que se trata es de contar, fundamentalmente a los niños, historias faltas de realidad, como considerar el valor medioambiental de la trashumancia, practicada desde la Edad Media, para defender gremios como el de ganaderos, que se agrupaban en la “Real Sociedad de Ganaderos de La Mesta”, a los que se les otorgaba una serie de privilegios sobre derechos de paso y pastoreo. Estos privilegios perjudicaron muy seriamente a la agricultura del pais, que durante 500 años, hasta la desaparición de la Mesta en 1836, los litigios entre agricultores y ganaderos fueron continuos, porque los primeros veían como los terrenos dedicados a pastos, hacían desaparecer los terrenos de cultivo, y la Corona favorecía, con la legislación pertinente, la actividad ganadera en contra de la agricultura. Lo más grave es que la mayoría de estos litigios se resolvían a favor de La Mesta, pues la Corona consentía que los jueces fueran nombrados de entre los propios funcionarios del Honrado Concejo de la Mesta. Estas barbaridades llevadas a cabo durante más de cinco siglos, no son precisamente las mejores para declarar esta época como la mejor para fomentar la biodiversidad, como ahora se pretende por algunos que dicen defender la naturaleza, cuando lo que se produjo fue una fiscalización espacial e injusta, para recaudar abundantes impuestos para repartirlos entre la realeza y la aristocracia.

 

    Pero si seguimos un poco más, debemos contar la preponderancia que los Reyes Católicos dieron a la Mesta, otorgando libertad absoluta para el transito de ganados en los reinos de Aragon y Castilla, para con ello incrementar los ingresos de la Corona mediante el arrendamiento y venta de los derechos de pasto, consiguiendo que el presidente de la Mesta fuera el miembro más antiguo del Consejo Real, y así poder mangonear la organización de las trashumancias y ordenes de paso, en beneficio solo de los intereses de los ganaderos, que los manejaban los nobles, pues eran los que disponían de los mayores rebaños, y por tanto del poder. Poder que les facilitaba ejercer un monopolio sobre los mercados exteriores, con la exportación y venta de toda la lana a los países de todo el mundo, fundamentalmente Inglaterra y Flandes, sin apoyarse nunca la creación de una industria textil propia de España, al considerar más rentable la exportación de la materia prima, sin tener en cuenta la consecuente creación de puestos de trabajo. Con esto se ahogaba el desarrollo del capitalismo en nuestro país, condenándolo al atraso y la miseria. La naciente burguesía castellana funcionaba más como un apéndice parasitario de los gremios dominantes feudales, que como una clase social con iniciativa, capaz en su momento de hacerse con las riendas del desarrollo social del país. Esta renuncia condenó a la naciente burguesía a refugiarse en los cargos de los gobiernos concejiles de villas y pueblos, constituyendo una especie de aristocracia rural, a las órdenes de las familias de los nobles.

 Tierra de Campos (Palencia)

    Pero el más nefasto recuerdo del poder de La Mesta, organizadora por la fuerza de la trashumancia, fue la total deforestación de los bosques de Castilla, que en la época en que esta se implantó, la naturaleza era un gran bosque de encinas, sabinas y enebros, que ocupaban todo el paisaje. Son muchos los estudiosos de la época, los que llegan a la conclusión que la importante deforestación de Castilla no se debió ni a los vacceos, romanos, ni visigodos, ni árabes, ni siquiera a la leyenda atribuida a la construcción de la Armada Invencible, sino que fue la poderosa organización de La Mesta, la que influyó de manera decisiva en la desaparición de los árboles en toda la meseta castellana, que constituían un tupido bosque, exceptuando un pequeño territorio de los vacceos, que se corresponde con la actual Tierra de Campos , donde se creó el primer asentamiento agrícola de Castilla.

    Todas estas tropelías cometidas en contra de la naturaleza, entre ellas la desaparición de una biodiversidad que jamás se ha llegado a recuperar, son los que unos que ahora se hacen llamar ¿naturalistas?, implantaron desde hace 21 años una fiesta en honor de esta destrucción de multitud de ecosistemas maduros, que nunca se llegaran a recuperar porque murieron para siempre, contando una bucólica historia pastoril, para justificar un acercamiento del campo a la ciudad. Este bello cuento ha servido desde entonces, con dineros de la Comunidad Europea aprovechados por unos pocos, pues hace casi un siglo que la trashumancia, por no disponer de privilegios, se lleva a cabo transportando las ovejas con el tren, y más recientemente con camiones, para contar lo que fue la mayor destrucción de bosques de un país en todos los siglos, como algo beneficioso para que los niños lo rememoren añorando aquellos tiempos, donde los más poderosos arrasaban todos los recursos naturales en beneficio de sus rebaños que gozaban de una posición privilegiada, por ser los únicos que con sus impuestos directos mantenían a la Corona. Lo malo de todo esto es que magnificando estas mentiras históricas, hasta los ayuntamientos han tomado parte de ellas, y se pelean con estos falsos naturalistas, para tomar protagonismo en la organización de las mismas. ¡Vivir para ver!

    Terminar con esta manera de contar la historia, falsa y mentirosa, solo conduce a crear un mundo irreal que nunca existió, que siempre beneficia a unos cuantos, que son los sucesores de aquellos que esquilmaron la naturaleza en beneficio propio.